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Crónica:Ciencia recreativa / 26 | GENTE
Crónica
Texto informativo con interpretación

VACAS, GANDUL Y SATÉLITES

Javier Sampedro

Ahora que ha quedado patente que dar de comer a las vacas los residuos de sus propias madres no es la mejor de las ideas, parece oportuno ir desempolvando la más antigua e inteligente de las tecnologías para alimentar al noble ganado bicorne: los pastos. Cuando pastan, las vacas no se vuelven locas, pero la verdad es que tampoco se vuelven muy listas, y sólo utilizan el 30% o el 40% de la superficie de hierba disponible. Convencer a una vaca para que paste donde al ganadero le viene bien es casi tan difícil como persuadir a un burro de que se tire por un barranco, y mejorar la eficacia de la alimentación bovina va a requerir probablemente un poco de tecnología punta.

Dave Ganskopp, del Servicio de Investigación Agrícola de Estados Unidos, acaba de diseñar un sistema que puede ayudar (www.nps.ars.usda.gov), al que podríamos denominar GPS cencerrero. GPS son las siglas inglesas de Sistema de Localización Global, y es ese receptor de señales de satélite que algunos fabricantes de coches quieren vendernos últimamente para que no nos saltemos el cruce cuando vamos a visitar el rancho de los cuñados. Ganskopp les ha colgado el GPS a las vacas como si fuera un cencerro, y ha introducido algunas mejoras en el sistema que le permiten saber por la noche por dónde se han movido las vacas a lo largo del día. Un sensor especial ajustado al cencerro también revela si la vaca está comiendo, paseando o echándose una buena siesta del carnero. 'Con este sistema espero llegar a predecir dónde les gusta pastar a las vacas', asegura el investigador agropecuario.

Los primeros datos recabados por Ganskopp han venido a confirmar lo que ya sabían los ganaderos con mejores dotes de observación. A las vacas no les gusta alejarse más de un par de kilómetros de un arroyo, abrevadero o cualquier otra fuente de agua. Tampoco les hace la menor gracia pastar en una ladera cuya pendiente supere el 20% de inclinación. Y abominan de los terrenos demasiado pedregosos. Ya sé que nada de esto es para tirar cohetes: las razones más probables para esos tres rasgos de comportamiento son que a las vacas les gusta beber de vez en cuando, que no tienen un especial interés en caerse rodando pendiente abajo y que pasan mucho de masticar piedras, respectivamente. Natural. Pero lo que espera Ganskopp, tras unos cuantos experimentos más, es engañar a las vacas mediante el diseño de un laberinto de vallas, senderos, pequeños canales de agua y otras artimañas que las fuercen a pastar en los sitios donde normalmente no lo harían. La técnica es parecida a la que usan los hipermercados: como nadie se acuerda de comprar pilas, chocolatinas y maquinillas de afeitar, los Ganskopps de las grandes superficies te las ponen al lado de la caja para que se te ilumine la idea mientras te eternizas en la cola. No olvide su cencerro la próxima vez que haga la compra.

Cuando uno no tiene a mano una red de satélites, en ocasiones se ve forzado a pensar, y éste es el caso del ingeniero agrónomo Srinivas Rao, del Laboratorio Grazinglands en El Reno (Oklahoma, EE UU). En zonas como las Grandes Llanuras norteamericanas, que se extienden entre el Río Grande y el delta del Mackenzie, uno de los problemas con la alimentación de las vacas es que, desde que se acaba la temporada de las gramíneas perennes a principios de verano y empieza la del trigo invernal a finales de noviembre, hay una crisis otoñal de forraje que es preciso paliar con alimentos menos aconsejables. Rao presentó el viernes en la revista técnica Agricultural Research una solución simple y brillante consistente en sembrar una legumbre muy bien conocida por los agricultores asiáticos. Su nombre científico es Cajanus cajan, y en distintas zonas se la conoce como gandul, pigeonpea, quinchoncho o frijol de palo. La productividad del gandul (si se me permite la paradoja) es máxima entre julio y octubre, coincidiendo exactamente con la crisis del forraje, y su digestibilidad y contenido en nitrógeno son óptimas para el gourmet bovino en esas fechas. El artilugio tecnológico más avanzado que precisa la técnica de Rao es un tractor. Como satélite, basta en este caso con la Luna.

¿Imaginan que, como consecuencia de éstos y otros avances del ingenio agropecuario, podamos volver a hacer el caldo con un buen hueso de espinazo de vacuno? ¡Hasta los sesos de ternera podrían acabar volviendo a las cartas de los restaurantes! Los avances científicos suelen ser de dos tipos: los que plantean una nueva pregunta y los que permiten comerse la respuesta.

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