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Reportaje:CULTURA Y ESPECTÁCULOS

LLEGA A MADRID LA SAVIA NUEVA DEL BALLET DE CUBA

La compañía presenta su nueva producción de 'El lago de los cisnes', con una plantilla renovada y estrellas emergentes

El público apasionado por el ballet vibró como pocas veces en los últimos tiempos anteayer en el Teatro Albéniz de Madrid. Era ballet clásico de tradición de verdad, en serio, superando las estrecheces del escenario y algunos otros fallos técnicos menores. El Ballet Nacional de Cuba es, en cierto sentido y sin exagerar, la compañía de ballet clásico estable de esta ciudad. Vienen a Madrid todos los años, hay un público fiel que sabe lo que ve, y los cubanos, que parece que han salido definitivamente de un profundo bache formal y humano, ofrecen una manera de bailar ballet académico que es lo que la sopa caliente al muerto de frío: la vida. Y eso es lo que transmitió el BNC en esa primera velada.

Había muchos nervios y la función no salió perfecta. A pesar, fue de primera. La compañía titular cubana comienza su temporada con varias funciones de la nueva coproducción de El lago de los cisnes, hecha con la Generalitat Valenciana y que cuenta con el vestuario del modista valenciano Francis Montesinos y la escenografía del pintor habanero Ricardo Reymena. El debú estuvo a cargo de dos jóvenes: Viengsay Valdés y Joel Carreño, que han mostrado lo mejor de sí y han fraguado una sorpresa tan agradable como reparadora.

En las críticas de ballet nunca se habla de los ensayadores, los maestros que preparan el perfil escénico de los bailarines, los que cuidan del estilo y las maneras, cosa que sin embargo, en el caso de los valores emergentes, tiene tanta importancia y son merecedores también del aplauso. Valdés y Carreño están soberbiamente ensayados para asumir seriamente este Lago.

Ella, Odette-Odille, que debe ser buena y mala, el cisne blanco y el cisne negro, es el eje de la lucha moral que plantea este ballet, y Valdés es una bailarina dotada para el giro, el largo equilibrio y otros aspectos de la bravura, de modo que sale victoriosa. Pero lo mejor de ella es su concentración y su musicalidad (hablo también de la precisión musical en los acentos), lo que la convierte, potencialmente, en la excelente bailarina que será en su madurez. Anteayer hizo una proeza en el cisne negro (sus giros múltiples al abrir y cerrar los fouettés), y varias cosas exquisitas en el cisne blanco: su par de bras, su diagonal de fouetté arabesque, su attitude. En fin, una función deliciosa que descansó sobre sus puntas y un talento que emerge seguro.

Joel Carreño es todo sentimiento; bordó un príncipe limpio en lo bailable, sentido en su obnubilación, pendiente de una atracción fatal y misteriosa a la que no se podía resistir; su manera de entonar la cabeza, los gestos líricos de las manos y hasta un deje de inocencia perdida le confieren a su Sigfrido un encanto especial junto a un salto elegante. Hay que destacar también en el Pas de trois del primer acto y en la danza española del tercero a Hayna Gutiérrez, a la que ya se intuyen dotes y arrojo.

La escenografía de Reymena se vió en el Albéniz mucho mejor (lo añejo en ballet casi siempre mejora) que en el preestreno valenciano de hace un año. Las luces hicieron lo suyo, resaltando esa gama noble y gótica en la que basa su paleta. El vestuario lo mismo que, dentro de su eclecticismo luce un asentamiento sobre los cuerpos y un cierto reposo en sus chispeantes gamas.

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