_
_
_
_
_
Crónica:A pie de obra | TEATRO
Crónica
Texto informativo con interpretación

Dietario de agosto (I)

Marcos Ordóñez

Concepto. David Hare fue a París para ver un montaje de su obra The absence of War, que es una pieza casi documental sobre la gran derrota del laborista Neil Kinnock. En manos del director francés, la obra acababa con una escena que Hare no reconoció, porque no la había escrito: de una densa bruma emergía una figura vagamente parecida a la reina Isabel I, rodeada de criaturas desnudas y hombres con paraguas, que se agitaban con raros espasmos. Hare le preguntó al director sobre la inserción y el sentido de aquella escena. El director le dijo: 'Bueno, es lo que en Francia llamamos le concept. ¿Cómo le llaman ustedes a eso en Inglaterra?'. 'No tenemos una palabra para eso', respondió, muy británico, el dramaturgo.

Elevación. Están las obras que horadan en el dolor, en el malestar; que detectan y rajan y diseccionan; que echan sal en la herida para que nunca se cierre del todo. Y están, al otro lado, las obras que te elevan, que te ayudan a vivir. Que te mejoran. Que amplían tus sentidos, tu percepción. Jung decía que los grandes psicóticos se caracterizan por la llamada 'visión de túnel'. La mirada se focaliza, obsesiva, sobre un sujeto o un objeto, y lo escruta con la ardiente (y helada) intensidad de un aparato de rayos X. Pero también quema lo que hay alrededor, como una lupa reconcentrando un rayo de sol sobre el papel. Después, cuando esa mirada se levanta y contempla el mundo, todo se le convierte en signos, en metáforas, en satélites de un malestar ignífugo, contagioso. Hasta que comienza a ser legítimo preguntarse si el malestar anida en el objeto o en la propia mirada. Es la mirada del adolescente, tan intensa como limitada. Porque no es completa, porque hay muchas y muy cambiantes cosas 'a los lados'.

Hay otra mirada; la mirada de la elevación. Yo siempre he creído que el arte es una cuestión de elevación. Estética o moral, como prefieran, aunque ya nos enseñaron que las opciones estéticas siempre son opciones morales. La elevación consiste, en palabras de Italo Calvino, en 'una vez detectado el infierno, señalar todo lo que no es infierno, y darle espacio'. El arte es el pájaro al que acaban de sacar los ojos, pero también el otro pájaro que, en ese mismo momento, cruza a través de la ventana.

Enunciación. Situaciones que están 'ahí', en escena, plantadas por el autor, pero sin avanzar, sin desarrollar sus posibles vectores dramáticos. Quizá porque el autor ha creído que le basta con enunciar su 'tema'; quizá porque los personajes no han salido a escena para resolver sus conflictos, sino para convertirse en meros portavoces que expondrán, contrapuntadamente pero con ritmos peligrosamente idénticos, sus argumentos: largos monólogos que explican más que muestran, largas descripciones de ideas o de hechos muy 'bien escritas' pero faltas de esas imágenes dramáticas que atrapan sensorialmente al espectador transformando una situación en una emoción, un 'tema' en su destilado artístico. A un dramaturgo le pedimos imágenes verdaderas, más allá del 'buen estilo'.

Modernidad. Con unos cuantos años de vuelo, sueles distinguir a los cinco minutos si estás ante un espectáculo 'de modernos' o un espectáculo 'moderno', que no es lo mismo. Por una razón muy sencilla y muy poco racional, que te salta a la cara como un bicho: la diferencia abismal, e instantánea, entre esteticismo y belleza. El esteticismo es agradable; la belleza conmueve. Más razones: la percepción de la locura. La locura creativa. Los espectáculos 'de modernos' juegan a la locura, a la fragmentación, al multimedia enfebrecido. A menudo, debajo no hay nada más que ruido; ruido y repetición disfrazada de vanguardia. Nada que no estuviera ya, por ejemplo, en los festivales de Nancy de finales de los setenta, en las innumerables funciones vistas desde entonces. En los espectáculos realmente 'modernos', la auténtica locura se instala en el escenario a los tres minutos. Como una llamada irresistible. Las palabras de los actores te trasladan a un lugar verídico, tan verídico e intenso como los que visitamos durante nuestros sueños. La locura o su anverso: la calma, el ojo del huracán, como un diamante. Una frase del director belga Jan Lauwers, un creador auténticamente 'moderno': 'El arte sirve para detener el presente, la actualidad. Para crear momentos de reposo y dejar atrás, pacientemente, la confusión'. Una frase que enlaza, por encima del tiempo, con esta otra, de Rilke: 'Y lejos, detrás de todo el ruido, está la patria de las obras de arte, la de los objetos extranjeros, silenciosos y pacientes, que se alzan curiosamente en medio de las cosas de la vida cotidiana, de las gentes ocupadas, los animales tranquilos y los niños que juegan'.

Subtexto. Lo que no se dice explícitamente. O el contraste entre lo que se piensa y lo que se dice o se hace. Las madres son las reinas del subtexto. Cuando una madre dice, por teléfono: '¿Sabes? He pensado en alquilar una camioneta para trasladar los muebles de la casa de verano. ¿Qué te parece?', está diciendo, obviamente, 'si eres un hijo como Dios manda, correrás a ofrecerme tu coche para ese trabajo'.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_