ESCENARIO DE UNA VIDA
La poderosa Orden de Calatrava y los banqueros alemanes de Carlos I dejaron su huella en la plaza Mayor de Almagro. En su Corral de Comedias aún se oyen las voces del pasado. Y sus balcones acristalados enmarcan luminosos cielos velazqueños.
La plaza Mayor de Almagro es una joya de arquitectura civil que imprime carácter sobre quienes la frecuentan a tierna edad. O, al menos, ése fue mi caso. Cuando yo era adolescente pasé muchos días deambulando bajo sus soportales, que resguardan al viandante de la luz inclemente del sol manchego; o entregada a salvajes y hermosas especulaciones por la noche, sentada en uno de sus bancos de piedra, bajo la luz de las estrellas que entonces, para mí, nascuntur poetae impecablemente perdida en aquellas llanuras desoladas, no eran sólo astros, sino coquetas damas de puerto malayo, aspirantes extranjeras y traviesas al angelicato de la plaza, haciéndome sus guiños de luz pálida desde la inmensidad helada de los cielos. Y qué cielos. Los cielos de Velázquez. Caprichosos, orgullosos, tiznados de nubes feroces y bermejas como llamas.
El teatro hizo furor durante mucho tiempo; fue tan popular como lo es la televisión hoy día
En la plaza Mayor de Almagro hice yo, en cierto modo, un bachillerato de la devoción.
Confluyen allí las calles principales de la ciudad (San Agustín, Mayor de Carnicerías, Madre de Dios, de la Feria, calle del Gran Maestre y calle de las Nieves), y aún puede intuirse su función mercantil, para la que fue prevista por la Orden de Calatrava desde el siglo XIII.
La plaza servía para controlar las alcabalas, un impuesto sobre las ventas que seguramente reportaba buenos beneficios para la Mesa Maestral. Allí se compraban y vendían las trece cosas (aceite, cominos, papel, jabón, especias, greda, queso, sal, sogas, ajos, higos, garbanzos y vinagre). Puede que ésas fueran, hace tiempo, las cosas indispensables para la vida. Puede que sigan siéndolo incluso hoy día; bien pensado, ¿qué podemos necesitar de más?
La plaza fue también un espacio colectivo de prioridades religiosas, y se construyó frente a la iglesia de San Bartolomé, desaparecida de forma concluyente en el siglo XIX, después de que la malograra el terremoto que devastó Lisboa en 1750.
Allí se reuniría la gente antes de las procesiones, los autos sacramentales, los autos de fe, las grandes fogatas hechas con libros prohibidos que los inquisidores quemarían entusiasmados, con un brillo perentorio en los ojos también devorados por el fuego que observarían a la plebe con desprecio. Se escarmentaría públicamente a cientos de herejes temblorosos, con los rostros encarnizados por el llanto y por el pánico; tal vez incluso se los ahorcaría para que, decididamente, aprendieran la lección.
Pero, sobre todo, allí se harían corridas de toros a caballo, la gente vendría de todos los rincones de La Mancha (y de más allá, que ya es decir) para presenciar el espectáculo de la sangre o el sudor en los lomos del toro o del caballo, el gesto adusto y lleno de presagios en la mirada del jinete torero, su cintura doblándose como un tallo. Los hidalgos se mezclarían con los peones, los terratenientes con los pequeños tenderos o artesanos, y todos gritarían bajo el sol, en dirección a los hombres y las bestias del centro de la plaza, comerían, beberían maldiciendo, o quizás blasfemando por lo bajo, sudando y disfrutando de la fiesta. Por eso las fachadas de los soportales de la plaza Mayor de Almagro son galerías corridas, que se fragmentaban con tabicas, a las que se accedía a través del callejón del Toril o del Villar, porque esta plaza fue una plaza de toros durante mucho tiempo, hasta que en el siglo XIX se inauguró otro coso taurino más propicio, aunque menos bello.
Qué distinto debió ser -siglos atrás- este rincón del que yo conocí apenas de adolescente. Y, sin embargo, era una tarea sencilla intuir el lastre de su pasado en el ritmo extraordinariamente regular de sus soportales y sus tejados -equilibrio sólo interrumpido por la fachada de la casa del Señorío de Molina o el Corral de Comedias-, en las columnas toscanas de piedra, en los dinteles dóricos de madera que sustentan graciosos balcones pareados, en el entramado de madera que constituyó los palcos desde los que se contemplaban los distintos fastos y ceremonias de la ciudad, y que ahora lucen acristalados, teñidos pulcramente de verde.
Me fascinaba entrar en el Corral de Comedias, y no me importaba que no hubiese teatro. Casi se podían oír todavía aquellas voces del pasado, las conversaciones, los cuchicheos, las torpes declamaciones de los cómicos, igual que ecos deformes, desprendidos del polvo de la historia.
Después del Concilio de Trento, los atrios de las iglesias dejaron de utilizarse para las representaciones teatrales, y los patios de los mesones las acogieron. En el Corral de Comedias de Almagro dormían muleros, cómicos, viajeros, criados y otras gentes de recursos limitados. Un jergón, unos naipes y el calor de la lumbre -cuando no de las mulas- los congregaba en dormitorios comunes, rodeados a menudo por el cieno, la inmundicia, abundantes tufos y parásitos varios. Pero aquí, al menos, había un pozo para que abrevaran los animales y se asearan los huéspedes, un lujo nada común en otros corrales. El teatro hizo furor durante mucho tiempo; fue tan popular como lo es la televisión hoy día (que también pasará de moda, seguramente), la escenografía era sencilla, y los decorados tan elementales que se representaba sin problemas un pasaje del Antiguo Testamento seguido de una historia de mosqueteros con sólo cambiar una cortina y decir unas frases. Las gentes querían ver -y veían a cielo abierto- farsas y bromas, dramas de amor ardiente, bufones chillando tonterías a los cuatro vientos, comediantes bailando histriónicamente sus zarabandas (esto es, más o menos lo mismo que actualmente vemos por la tele).
A mí me gustaba mirar, sentada en un banco de la plaza, la fachada del Corral de Comedias, y cerrar los ojos con fuerza, imaginando todo aquello, los encantos y los humores de su pasado, el ruido de pisadas por los corredores, los gruñidos y carcajadas de las mujeres, apiñadas juntas en la cazuela del patio.
Pero la plaza que yo conocí estaba sencillamente llena de niños que corrían o sorbían helados; de abuelos con gorra negra calada hasta las orejas, fumando plácidamente y mirando, como yo, de cuando en cuando al cielo; de parejas de novios y de adolescentes impetuosos en pandilla, riendo con estruendo, ignorando que la proporción es el secreto de todo arte, como proclama a voces la arquitectura del lugar.
En cada una de sus líneas yo sentía engarzados los gritos, risas, quejidos, olores y colores, sabores de otras épocas. Y recuerdo que en esta plaza me sentí una vez terriblemente viva, pudiera ser porque, en la plaza Mayor de Almagro y desde tiempos inmemoriales, se representan los incontables actos de la existencia humana, que es emocionante, e imprevisible y confusa. Y de una belleza aterradora, porque es la vida.
Guía práctica
- Datos básicos Población de Almagro: 8.537 habitantes. - Cómo llegar Desde Ciudad Real, por la CM-412. - Dormir La Casa del Rector (926 26 12 59; reservas a través de Rusticae: 902 10 38 92). Pedro de Oviedo, 8. En un caserón del siglo XVII rehabilitado. Habitaciones dobles desde 72,12 euros. Parador de Almagro (926 86 01 00). Ronda de San Francisco s/n. Convento franciscano del siglo XVI. La doble, 107,18 euros. Hospedería de Almagro (926 86 04 90). Ejido de Calatrava, s/n. 39 euros. La Posada de Almagro (926 26 12 01). Gran Maestre, 5. Casona de estilo manchego. Desde 55 euros la doble. Confortel Almagro (926 86 00 11). Carretera de Bolaños, s/n. 63 euros. - Comer El Corregidor (926 86 06 48). Plaza de Fray Fernando Fernández de Córdoba, 2. Recetas manchegas junto a platos más innovadores. Menú gastronómico, 40 euros; del día, 23 euros. La Cuerda (926 88 28 05). General Jorreto, 6. Arroces y calderos. Unos 20 euros. La Cazuela (926 86 00 11). Carretera de Bolaños, s/n. Platos manchegos. Entre 20 y 25 euros. - Tapas Santa Marta (926 86 16 27). San Agustín, 7. En el centro; es lugar de tapeo almagreño por excelencia: brochetas Santa Marta, costradas de queso, berenjenas... Vinos con tapa desde un euro. La Muralla (926 86 10 10). Ronda de San Francisco, 34. Tapa y vino desde 75 céntimos. - Información Oficina de Turismo (926 86 07 17; www.ciudad-almagro.com). ISIDORO MERINO
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