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Columna
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Perfume

TARDÓ EN manifestársele a María esa voraz desazón, que la carcomía, tras la muerte de su madre. Todo había transcurrido muy rápido y la implacable sucesión de acontecimientos -la declaración del mal incurable, la lucha desesperada por combatirlo, la agonía y el temido final- no le había dejado un respiro para afrontar el único hecho verdaderamente inaceptable. Las primeras semanas tras el fallecimiento, aún aturdida por el dolor, los arranques de rebeldía y la estupefacción, María no se acababa de percatar de la terrible dilución progresiva de las huellas físicas de la ausente, cuya imagen se volvía cada vez más borrosa, por más que remirase fotos, releyera cartas o mendigase recuerdos y evocaciones entre próximos y extraños. Llegó un momento en que a María ya sólo le aportaba un relativo consuelo retirarse a la intimidad y vestirse con los trajes de su madre muerta, porque así sentía la ilusión de volver a reintegrar el cuerpo a esa alma despojada y vagabunda. Pero fue entonces cuando, por primera vez, se apoderó de ella la obsesión de que ese vestuario materno perdería su cualidad en cuanto se evaporara el último vestigio de aroma. Por desgracia, María se acordó de que la fragancia que usaba su madre se había dejado de fabricar pocos meses antes de su muerte, y que, por más que la rebuscó por todas las tiendas a su alcance mientras ésta aún convalecía en el hospital, sus pesquisas fracasaron. Pero ahora, la pérdida de este perfume se había convertido en la auténtica causa de la muerte de su madre, porque, sin él, la perdería para siempre.

El término castellano 'perfume' procede del latino fumus, que forma también en nuestra lengua los vocablos derivados de 'humo', el cual, por su parte, algún parentesco debe de tener con el humus latino, que significa 'tierra' y de ahí lo de 'inhumar' o 'exhumar' un cadáver según sea enterado o desenterrado. Pensando en la anterior historia esbozada, considero un buen hallazgo a salvo de la verdad el que el perfume de una madre muerta tenga originalmente el olor de la tierra, pero, además, tampoco resulta desdeñable que el sentido que lo percibe, el olfato, sea no sólo el más arcaico en nuestra especie, sino también, junto al gusto, uno de los llamados 'internos', porque, alejados de las pruebas más objetivamente palpables, como la visión y el sonido, son de reelaboración íntima, de lo más personal.

En su anhelante busca de ese perfume materno, cuya pérdida mataba el último resto de la memoria, María dio, por fin, gracias a Internet, con un proveedor que conservaba un frasco de la dichosa marca. Con emoción, María deshizo el paquete del envío y al destapar la esencia, descubrió, horrorizada, que olía a naftalina.

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