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Crónica:LA MAESTRANZA | LA LIDIA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La puntería de El Cid

Antonio Lorca

Una de dos: o el El Cid se cambia el apodo o se flagela haciendo horas extras en el carretón hasta que aprenda a matar. Ni debe mancillar la memoria del Campeador, que dicen que era un fenómeno con la tizona, ni, y esto es lo más grave, puede perder tantos triunfos por el pésimo manejo de la espada.

Porque El Cid tiene calidad, y no como guerrero, sino como torero artista. Y mucha suerte, porque le salen toros nobles y con clase (tardará en olvidarse de 'Guitarrero', el triunfador de San Isidro) y los torea con soltura y profundidad. Ayer, por ejemplo, salió un único toro potable y le tocó a él. Era un inválido que iba y venía con dulzura, y el torero desgranó una labor muy vistosa en pases por ambas manos muy bien trazados, embarcando las embestidas y ligando con maestría. Los naturales resultaron largos y profundos, y muy toreros los ayudados por bajo antes de perfilarse para matar y... pinchar. Pinchó en lo alto, pero pinchó que es la más fea manera de poner colofón a una buena faena. Volvió a torear bien al último, de peor condición, pero ante el que consiguió unos naturales de buena factura antes de que el animal le lanzara un hachazo que no hizo blanco en el cuello del artista. Montó la espada y uno, dos, tres y cuatro pinchazos y cinco descabellos tras un aviso. Lo dicho: o cambia de apodo o que aprenda a matar, hombre de Dios.

De la Maza / Canales, Borrero, El Cid

Toros del Conde de la Maza, bien presentados, mansos y difíciles; el tercero, blando y noble. Canales Rivera, ovación y palmas. José Borero, palmas y silencio. Manuel Jesús El Cid, oreja y silencio. Plaza de la Maestranza. 15 de agosto. Menos de media entrada.

Lo de sus compañeros es más difícil por varias razones. La primera, porque se ven obligados a ponerse delante de una corrida que no quiere nadie. La ganadería del Conde la Maza tiene merecida fama de mansa, dificultosa y áspera, pero por razones que se escapan a la ciudadanía lidia todos los años en esta plaza. Y Canales y Borrero se estrellaron porque sus toros resultaron ser mulos con malas pulgas. La segunda, porque de las 3.010 personas (más o menos) que había en los tendidos, diez era del país, y las tres mil restantes de nacionalidad turística que no tienen reparo alguno en convertir la Maestranza en un circo de gritos destemplados y ensordecedores para vergüenza de la propia fiesta que, al menos en Sevilla, hace tiempo que tocó fondo. Y tercera, porque ambos vienen a la busca y captura de una oportunidad que los pasaporte al éxito, y los toros malos se unen a su falta de recursos, cuando no de ambición, y, unos por otros, la casa sin barrer.

Canales, valiente, decidido y serio ante su primero, soso y difícil, y voluntarioso ante el violento quinto. Borrero tuvo peor suerte y se jugó el tipo y su futuro ante dos bichos que se lo querían comer con patatas fritas.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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