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CULTURA Y ESPECTÁCULOS

Julio Iglesias pasea su gira entre la 'gente 2002'

El título de la gira de Julio Iglesias, que el domingo pasó por Sitges camino de distintas localidades españolas hasta el 4 de octubre, es preciso: Entre mi gente 2002. Su gente 2002 ya no llena grandes estadios -privilegio, éste, que al parecer ha heredado su hijo Enrique-, sino que se reúne en un parque acuático junto a una autopista en tinieblas. Su gente 2002 no es muy numerosa: unas 4.000 almas en Sitges, según cómputo de la organización, aunque este cronista, que cuenta francamente mal en la noche, rebajaría a no mucho más de 2.000. En cualquier caso, su gente 2002 es tan entregada como lo ha sido su gente de las últimas tres décadas.

En un momento del recital, Julio Iglesias se confesó ante su gente 2002: 'Antes era un cantante mediocre [gritos de '¡no, no!'], ahora soy un cantante de verdad'. Cabe matizar. Como el vizconde de Italo Calvino, Julio Iglesias es, ahora, un cantante demediado, lo que no significa que no sea un artista completo para su gente 2002. Quiero decir que, por lo visto en Sitges, él viene a poner la mitad de sí, y el resto lo completan, a tanto por ciento variable pero siempre con resultado seguro, el sólido grupo de profesionales de la música que le acompañan, las múltiples imitaciones que se han hecho de él -y que él supera con autoridad indiscutible- y, sobre todo, su gente 2002, que ahora se apoya en la memoria más que en la realidad de lo que escucha.

Julio Iglesias pone en escena, básicamente, su jeta, que no es poca. Vestido con traje oscuro y chaleco, bronceado con sabiduría, viene a hacer como Sean Connery en sus últimas películas: actuar lo justo, porque su elaborada presencia ya se encarga de llenar todo lo demás. Unos pocos guiños sobre lo bien administrada que está Cataluña o sobre lo guapas que son sus mujeres guapas, unos cuantos movimientos clásicos de la mano derecha, que todavía realiza mejor que sus sosias, y ahí está: su gente 2002 a los pies.

¿Cantar? Bueno, no hace falta: él apunta, lo demás llega como añadido. Basta con que sugiera Manuela, De niña a mujer, Soy un truhán, soy un señor, etcétera, para que su gente 2002 se ponga a cantar y él les ceda amablemente el micro. A veces, es cierto, cuesta identificar la canción, porque con los años el cantante demediado le ha añadido tal cantidad de -supuestos- abbellimenti que la melodía se resiste a ser detectada. Pero cuando por fin ésta queda al descubierto, entonces es automático: su gente 2002 se engancha con gozo hasta el final.

Ojo: de fácil todo esto no tiene ni una pizca. Además, el espectáculo se apoya en una orquesta de bigotes -especialmente bueno el saxo-, una pareja de bailarines espectacular y un trío de coristas más una solista que más bien tienen que reprimirse para no taparle, pero que en otras circunstancias a saber hasta dónde podrían llegar. Una técnica no muy diferente a la de la industria cinematográfica: luz bien administrada, mezcla de sonido bien construida -aunque hubo que subir el volumen a causa de la autopista cercana, y eso produjo alguna distorsión-, pantallas gigantes a lado y lado de la escena y a jugar. Julio Iglesias, en definitiva, pone el cameo en la película: enseña sus dientes blancos, lanza gemidos y suspiros a tiempo y tras dos horas largas -no estafa un solo minuto-, se va a casa. Y su gente 2002 también: aunque ya no muy numerosa, más contenta que unas pascuas. Pues vale.

Dudar sobre si lo que uno ha visto es al verdadero Julio Iglesias o a su doble es perder el tiempo. Juan José Millás no para de advertirnos en este mismo diario que entre una cosa y la otra no existe diferencia alguna.

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