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Columna
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Transformación

MUY DESCONCERTADO se quedó el granjero Richard Crack cuando una de sus jóvenes empleadas, la bella Tess d'Urberville, hija de un empobrecido labriego borrachín de rancio abolengo, arguyó que no hacía falta haber muerto, ni ser un fantasma, para lograr que el alma vagara fuera del cuerpo: 'Basta con acostarse sobre la hierba en la noche y mirar una gran estrella rutilante; fijando entonces la atención en ella, te encuentras de inmediato a cientos de leguas de tu cuerpo, del que ya no dependes en absoluto'. En ese momento, aún no sabía esta sentimental criatura lo que trágicamente habría de depararle el amor, cuya fatalidad signó su destino con la suerte de quienes lo viven a muerte.

La historia está sacada de la novela Tess d'Urbeville, del escritor británico Thomas Hardy (1840-1928), y, con este mismo título, hizo de ella una memorable versión cinematográfica, en 1979, Roman Polanski.

En 'En Castle Boterel', del libro Sátiras de circunstancias (1914), incluido en la antología castellana de sus Poemas (La Veleta), Thomas Hardy evoca el intenso minuto de encuentro amoroso con una muchacha al doblarse la cuesta de una colina: 'No fue más de un minuto. Pero ¿acaso / nunca, antes o después / de ocurrir esta historia en la colina, / hubo un momento así?'.

Con su contemporáneo Proust, más joven, pero también mucho menos longevo, Hardy compartió la vivencia de sentirse atrapado por el tiempo, que todo lo deshace, pero cuya devastadora acción fecunda el arte, el cual nos hace comprender que 'lo real debe enmendar las apariencias. / Los actos, superar sus prejuicios. / La vida, sus desprecios'.

El joven Thomas Hardy se ganaba la vida como arquitecto, hasta que el éxito de sus novelas le permitieron dedicarse sólo a escribir, y, por fin, la bonanza económica arribar a lo que siempre deseó: a ese oscuro lugar sin regreso de la poesía.

En 1898, con casi sesenta años, Hardy publicó su primer libro de versos, Poemas de Wessex, al que siguieron otros muchos antes del postrero Palabras de invierno, que apareció el año de su muerte.

¿Qué puede hacer que la trayectoria artística de un constructor de sólidas mansiones victorianas inopinadamente se transforme en la de un romancesco tejedor de historias rurales y, finalmente, se pierda por el furtivo secreto de la palabra de incomprensible magia? Tal apetito de inconsistencia debió quizá germinar en Hardy cuando, cierta vez, presintió que una joven, acostada sobre la hierba al cálido resguardo de la noche, anhelaba viajar a las estrellas sin importarle qué dejaba atrás.

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