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Familias

Nadie puede discutirle legítimamente a Jose María Aznar el haber conseguido la unificación de todo el centro-derecha en una sola formación política, de tal modo que esa unificación palíe las deficiencias estructurales de la derecha y le permita imponerse a una izquierda dividida y a unos nacionalistas, fragmentados por definición, aun cuando su propia base electoral sea minoritaria. En este sentido Aznar ha venido a operar como una suerte de Adenauer hispano, situando al PP al nivel de los conservadores británicos o de la CDU/CSU germana, como partidos monopolistas del centro-derecha. Si se considera que de los quince países de la UE ese escenario sólo se da en tres y que incluso acaba de ver fracasada su opción en este sentido nada menos que Chirac, estaremos en condiciones de comprender una de las causas del prestigio y autoridad que Aznar ha conseguido entre los conservadores europeos, porque, a diferencia de Adenauer, y a imagen y semejanza de los tories británicos, Aznar ha conseguido ese éxito no desde la predominancia de una democracia cristiana más o menos reformista, sino desde una plataforma de conservadurismo estricto. La operación ha sido tan exitosa que los conservadores de la segunda Restauración les han ganado la partida a los de la primera: mientras que el canovismo no pudo absorber en el sistema a la derecha radical, Aznar ha logrado su desaparición como fuerza política organizada.

Empero cubrir todo el espacio que media entre la derecha radical y los aledaños del Partido Socialista no puede hacerse sino al precio de admitir y administrar un alto grado de pluralidad interna. Como gustan decir los politólogos germanos respecto de la CDU/CSU la reunión de laicos y religiosos, católicos y protestantes, conservadores y reformistas, sólo puede hacerse mediante una coalición. Si cada sector tiene su propia formación política habrá una coalición de varios partidos (escenario escandinavo, pongamos por caso), si hay una única formación política esta lo que hace es reunir bajo una misma organización y etiqueta aquella coalición. La pluralidad interna es el precio necesario de ser un partido de vocación mayoritaria. Estos son impensables sin familias.

Porque con las familias del PP ocurre como con las meigas: no existen pero haberlas haylas. La cosa es tan evidente que conviene recordar que en la raíz del actual PP hay una coalición de conservadores, liberales y democristianos formada como tal y presentada en al menos dos convocatorias de elecciones generales, teniendo cada una de esas tendencias su propio bagaje ideológico, su propio organigrama, su propio aparato y personal y hasta su propia fundación. Es la diversidad interna que de ello se sigue lo que permite entender por qué hoy, tras seis años de gobierno y trece de Partido Popular aún no se ha cerrado la historia de la fusión de las diversas fundaciones peperas y aun así la propuesta fusión deja fuera a la de los democristianos, que seguirá. En sustancia, y prescindiendo de talantes (que tan importantes son en la política del día a día) hay tres grandes familias en el PP: la de los conservadores estrictos, que a no dudarlo es la más numerosa, y recogen la tradición de nacionalismo económico, intervencionismo, prácticas corporativas, nacionalismo españolista, confesionalismo de Iglesia establecida y un cierto autoritarismo, al que en ocasiones no es ajeno un populismo de nobleza obliga, un sector liberal dotado de dos almas que tienen en común el fundamentalismo de mercado, el protagonismo de la sociedad civil, el laicismo y el optimismo tecnológico, pero que divergen en punto al Estado fuerte y a los derechos civiles, de modo que la misma etiqueta cubre a neoconservadores y liberales de derecha auténticos, y finalmente el grupo democristiano, de confesionalidad estricta, mayor sensibilidad democrática y un cierto reformismo social que los hace vecinos de los socialistas, según el dedo acusador de sus propios compañeros, vecinos de los que les separa el laicismo no exento de matices anticlericales que impregna la cultura política socialista. Los confesionalismos nunca se llevan bien.

Esa es la realidad profunda del PP, realidad que no aparece directamente en los niveles inferiores de la organización, pero que aparece y va creciendo conforme ascendemos por el árbol organizativo y que se manifesta claramente en la copa del mismo. Es cierto que las familias son esencialmente un fenómeno de dirigentes y cuadros. Un fenómeno elitista, por tanto. Pero no por ello dejan de ser un fenómeno real, que mantiene a efectos externos un perfil bajo, y que mantiene a efectos internos una divergencia que es sorda por la combinación entre Júpiter Tonante y el clásico 'el que se mueve no sale en la foto'. La pluralidad no se manifiesta abiertamente y con normalidad no porque no exista, sino porque hay mordazas.

Lo malo es que llegada la hora de la sucesión asoma la oreja el síndrome del pato cojo, y la cuestión sucesoria se debate entre tres candidatos oficiosos que responden bastante bien a las grandes familias que oficialmente no existen: Rajoy a los conservadores, Rato a los liberales, Mayor a los democristianos, que no por casualidad el número dos del PP es trino. Lo que constituye un excelente argumento, por cierto, para que el sucesor sea alguien no tan claramente vinculado a alguna de las familias tradicionales, lo que es otra forma de decir que es un excelente argumento para que el sucesor salga del entorno de Aznar. Nada como un patriarca para tener pacíficas a las familias.

Manuel Martínez Sospedra es profesor de Derecho de la Universidad Cardenal Herrera-CEU.

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