El testigo
No mencionarás el nombre del emperador en vano. He aquí un nuevo mandamiento de la Ley de la Libertad Duradera que la señora ministra de Exteriores aplica con el mismo empeño con el que las capas populares españolas llamaron mal malo a lo que se llamaba y se llama cáncer. Las palabras no siempre nos defienden de las cosas, y utilizar repetidamente Estados Unidos o Bush o Powell para nominar los dueños y señores de la paz y la guerra, sea en Afganistán, sea en la isla Perejil, podría producir el desánimo de la evidencia de que el hombre, si no es norteamericano, es la medida de todas las cosas pequeñas, siempre que sean más pequeñas que el islote de Perejil.
Pusieron los norteamericano los congojos encima del islote y marroquíes y españoles se fueron sin otro balance trágico que el suicidio de unas cabras locales que, impresionadas por el despliegue bélico hispano, se echaron al mar sin saber nadar. Tragedia biológica que no mereció la primera página de esos medios de comunicación españoles que se prestaron a la conquista de Perejil como en el pasado se hubieran apuntado a la batalla de Lepanto o a la defensa del Alcázar de Toledo. Rindo homenaje a la angustia de esos rumiantes que ni siquiera se sintieron respaldados emocionalmente por la cabra de la Legión, animal al que se le han subido los humos a la testuz después de ejercer cual chica de la Cruz Roja por la antigua Yugoslavia.
Repetidamente, la señora ministra y sus contertulios se han referido a Estados Unidos como al testigo principal dictador inapelable de una solución taxativa: cada mochuelo, Mohamed VI y Aznar, a su olivo y yo a mi casa. Sostiene Palacios que sería mejor solucionar las crisis propias sin necesidad de testigos, prueba de la autonomía de nuestra política exterior más globalizada que globalizadora. Muy misericorde la ministra al asegurar que Europa había sido decisiva en el ligado de la salsa del Perejil, y así adquirieron estatura superestructural sus encuentros con Prodi y Solana, inocentes visitas para intercambiar noticias sobre el anticiclón de las Azores, la caída de la d en posición intervocálica o la inyección de ketchup por vía intravenosa o glútea, de exigirlo la lucha contra Bin Laden.
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