El tango bonaerense de los 50
Usted viajó a Buenos Aires cuando sólo las grandes estrellas lo hacían.
Cierto. Yo estuve por primera vez en un congreso cinematográfico, en 1954. Lo organizaba Perón y acudieron delegaciones de todo el mundo. Evita ya había muerto, y Perón tuvo la deferencia de sentarme a su derecha en el banquetazo que organizó.
No me resisto a preguntarle de qué hablaron.
Estuvo muy simpático y comentó que quería invitarme a otra comida, con menos gente. Se lo conté al embajador de España, que me dijo: 'Aurora, nosotros queremos sacar de Argentina el legado Cambó, para devolverlo a la Generalitat. Si puedes, transmíteselo a Perón durante la comida'.
Esto empieza a parecer una novela de espionaje.
Sí. Y a cambio del legado, yo tenía que decirle que España le acogería con los brazos abiertos si hubiera un cambio de Gobierno. Así lo hice, y cuando llegué a Madrid, el ABC daba la noticia del retorno del legado.
¿Qué recuerda de aquel Buenos Aires del 54?
Ya sabe que es el París de América, tan europeo. El obelisco, el barrio de Alvear, tan bonito y cuidado. Con esas casas abuhardilladas de tanta categoría.
¿Recorrió alguna zona más lumpen?
Fui mucho al barrio porteño. Allí hicieron por entonces unas representaciones teatrales, y cada casa la pintaron de un color, que han mantenido. No te imaginas lo gracioso que es. Muy naïf. Y me llevaron a ver cómo se bailaba el tango más arrabalero, en un local llamado Spada Vecchia, muy popular.
Estoy por pedirle que me haga una demostración. ¿Se le daba bien?
Bueno, me defendía. Recuerdo que el local era como un garaje inmenso y por un micrófono llamaban: 'La 54'. Y salía una señora gorda con su número en la mano y un señor la sacaba a bailar.
La última vez que pisó la ciudad fue en los ochenta.
Hice un viaje por encontrar a un amigo de toda mi vida, y lo encontré en muy mal estado. Poco después supe que había muerto, y para mí fue el final de Buenos Aires. No creo que regrese nunca más.
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