Final feliz
Esto, más que una crítica musical, es un cuento de hadas.
En abril de 1995, Omara Portuondo (nacida el 29 de octubre de 1930) visitó Barcelona. En aquella visita, no llenó una sala de aforo tan mínimo como Los Tarantos y, excepto cuatro periodistas en acto de servicio, el resto de los 30 asistentes eran cubanos nostálgicos a la búsqueda del tiempo perdido. La cantante se presentó entonces rodeada de un pírrico acompañamiento, una guitarra y un teclado eléctrico, y los resultados fueron bastante discutibles excepto por el encanto de unas canciones maravillosas y el entusiasmo de los cubanos anclados en el recuerdo.
Meses después llegó la primera hada, venía de las tierras enemigas del norte y se llamaba Ry Cooder. El resultado fue el disco Buena Vista Social Club, en el que Portuondo tenía un pequeño papel (cantaba una de las 14 canciones) y que sirvió de trampolín para que el mundo comenzara a hablar de una serie de viejas glorias cubanas. Inmediatamente Wim Wenders, la segunda hada madrina, presentó la película del mismo título y como por arte de magia todo cambió a su alrededor. Los olvidados abueletes cubanos que habían dedicado su vida a la música sin demasiadas recompensas se convirtieron en estrellas del pop-rock internacional y sus discos comenzaron a venderse por millones.
Oportunidad aprovechada
Así llegamos al Grec 2002 y Omara Portuondo brilla como una de las estrellas de un cartel lleno de estrellas. El Teatre Grec se abarrota de entusiastas seguidores de la estrella que ha dejado ya de ser una reliquia para convertirse en la más sexy (así le gritan sus músicos y su público) y puede permitirse el lujazo de presentarse acompañada por una banda que ya hubiera querido para sí el mismísimo Benny Moré. 13músicos dirigidos por el trombonista Francisco Caturla que sonaban con una potencia inusitada y encadenaban solos de gran enjundia. Un ritmo imparable sobre el que Omara Portuondo se paseaba con la soltura de ese medio siglo en los escenarios y la tranquilidad de no tener que forzar la voz porque todo se lo daban mascado. El recuerdo de aquel lastimoso concierto de Los Tarantos se había esfumado. Omara seguía siendo auténtica y conservando el sentimiento y el acompañamiento infeccioso y apabullante se encargaba de todo lo demás.
Omara Portuondo triunfó por todo lo alto en el Grec 2002 y debe decirse que de forma merecida aunque sólo sea por esa vida de dedicación a una de las músicas más bellas del planeta. Lástima que a Ry Cooder y Wim Wenders no se les ocurriera rescatar del olvido, por ejemplo, al duende que todavía se respira en aquel ya olvidado Somorrostro barcelonés. Ahora llevaríamos todos los días flores al monumento a Carmen Amaya. Pero las cosas deben aceptarse como vienen. Portuondo ha tenido suerte con el toque mágico de su dos hadas madrinas y debe aprovecharlo porque toda dicha se acaba y al Buena Vista Social Club ya se le está exprimiendo demasiado y no sería raro que de pronto se secara.
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