No hay motín
Un motín de presas: de los de verdad, donde la policía tira a matar y matar. Junto a las presas, una guardiana como rehén, y tres trabajadores de la televisión, que fueron a filmar la vida en la cárcel. Pero no es un verdadero motín: ha sido preparado desde la dirección para matar a unas presas. O eso entendí yo del incesante parloteo de la mujeres en escena donde se mezcla la crítica a los programas de televisión, a la publicidad y sus estilos, a una cierta idea del feminismo; más algunas pinceladas de las reclusas que comparten la escena. Una obra precedida y terminada por unos compases de pasodoble -España cañí, si no me equivoco- como para dar a entender que es algo peculiar de España, con lo que se haría así una crítica global de este país que tiene también dramaturgos como Alberto Miralles. La tragedia profunda que se plantea no se desarrolla como se podía esperar, sino que se mezcla con chistes, efectos de susto, un trabajo cómico de la primera actriz Gemma Cuervo y algún discurso social de Yolanda Farr. Una construcción pobre con un idioma tópico. No me es posible hablar de la reacción del público porque en la tarde del sábado había unas veinticinco personas que hicieron levantar el telón un par de veces en honor del autor, los actores y el director.
¡Hay motín, compañeras!
De Alberto Miralles. Intérpretes, Alfredo Alba, Ana Soriano, Karola Eskarola, Elvira Travesi, Gemma Cuervo, Pepa Sarsa, Eva Higueras, Yolanda Farr, Alfredo Alba, Elena Maurandi. Escenografía y vestuario, José Luis Rodríguez José Miguel Ligero. Dirección, Ángel García Moreno. Teatro Fígaro.
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