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DE LA NOCHE A LA MAÑANA | Apuntes
Columna
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Una amable condescendencia

¿No es curioso que en el primer verano del siglo persistan las dudas de legisladores y científicos sobre lo que más conviene a los protocolos de reproducción de la curiosa vida humana?

Basura

Curioso el caso de esos buceadores de atributos personales en los aspirantes a un empleo de supermercado cuyas solicitudes acaban en la basura. No basta con la estupidez del entrevistador que segrega notas vejatorias como espejo de su tortuosa personalidad y de su incapacidad para entrevistar a nadie o para aspirar a un empleo serio. Decir de alguien que no te gusta su cara, o que la chica está separada, como motivo para rechazar una petición de trabajo de cajera por cien mil pelas al mes, es una porcata. Pero hay más. Uno de esos empleadores por delegación se permite citar a Pascual Duarte, atroz personaje de una famosa novela de posguerra. Así que a la impunidad de esas maneras miserables se une la sobrecogedora sospecha de que izquierdosos reconvertidos se han infiltrado también en los mezquinos menesteres de especialista en condenar al paro al solicitante ajeno a las fantasías de Armani.

De telecine

Lo peor de ver cine en la tele no es que corten la narración en momento inoportuno para colar en cascada varios minutos de anuncios de pocos segundos de duración, sino el escenario mismo donde ese pasatiempo se produce. Los especialistas en cine tienen dicho que esa información visual entra en campo por los cuatro lados de la pantalla, además de por la parte posterior y por la delantera. Esa ventaja -enorme- se cumple en la oscuridad de la sala grande, donde la mirada no ve más allá de la pantalla, y se desperdiga sin remedio cuando la figurita de Lladró corona el receptor que tiene a su derecha un falso jarrón chino con flores de cartón. Billy Wilder decía que la intención de sus películas era conseguir el momento en que al espectador se le atragantan las palomitas. Pero ya a nadie se le atraviesa la telepizza viendo la tele.

Orgullo de estirpe

Franz Fanon, el psiquiatra argelino que escribió Los condenados de la tierra, dijo que todo movimiento emancipativo pasa por su fase de exageración a fin de contar con la mermada autoestima como estímulo. Supongo que algo de eso ocurre con las bonitas celebraciones del día del orgullo gayoso, llevando el carnaval a las avenidas del centro de las ciudades. Ese alegre recorrido, que cuenta con unos veinticinco tacos de trienios, repite -a la manera de las figuritas de Lladró- los besos cara a cámara entre una espantosa dragqueen y dos fornidos homo disfrazados como de marineritos de primera comunión. Aún sin entender del todo de qué se sienten orgullosos los gays, menos inteligible resulta que Aznar conmine a los suyos al orgullo de pertenecer a su partido. Será que el orgullo es gratis, cuando no simple apropiación indebida.

Pandémico y celeste

No se sabe lo que habría sido de la izquierda nacionalista de este país de no acogerse a la mesa camilla de las sombrías reflexiones de Joan Fuster. También se ignora cómo su escepticismo militante generó tanta granizada de entusiasmo. En otros países hay más surtido donde espigolar protocolos de referencia solvente, y eso complica la cuestión, porque se diría problemático que un solo padre engendre tanta prole. Fuster sí, claro. Pero ¿dónde entre nosotros la titánica polémica -¡en 1957!- entre Sartre y Camus? Ni está ni se la espera. Ningún país produce creadores de fuste en correspondencia con los índices de consumo de energía eléctrica. Fuster fue único, casi un milagro del cielo de La Albufera. Y de lecturas cosmopolitas. El peligro es que ese protagonismo indeseado se tome por una de esas catástrofes imprevisibles que marcan un antes y un después en la muda arbitrariedad de calendario.

Permiso para nacer

El deseo de una mujer a ser inseminada de su marido en coma desde hace años es comprensible, tanto como la pregunta de si el enfermo desearía una paternidad seguramente póstuma. Es uno de esos casos donde la incertidumbre trata de obviarse mediante argumentos cargados de razón y suministrados por quienes no viven el problema. Es natural que una feminista tan entera -y dicharachera- como Cristina Almeida considere que el deseo de esa mujer expresa 'un acto de amor', y hasta Fernando Savater razona por una vez cuando considera 'absurdo que se programen huérfanos' con anticipación. Hay ocurrencias curiosas: si el coito sin protección no siempre concluye en embarazo, no habría razón para cuestionar que se fecunde de otro modo. Estupendo. ¿Qué pasaría si ese deseo lo expresa una inmigrante sin posibles porque su pareja quedó en coma al escapar de la patera hace unos cuantos meses? A lo lejos, pero no tanto, la sospecha de que la reproducción asistida permanece en lista de espera hasta que se despejen los tabúes de lo que aún se entiende por procreación.

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