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Columna
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El auténtico lujo

Espléndida entrevista de Giorgio Armani publicada en EL PAÍS del pasado domingo, donde explica que en su negocio dos y dos no siempre son cuatro y asegura que el auténtico lujo es poder decir lo que se piensa. Claro que los lujos hay que pagárselos y los paganos pueden variar. Hace años tuve la prueba. Sucedió en plena guerra del Golfo, cuando la comunidad internacional se fue a la guerra para devolver su existencia a Kuwait. Entonces, la directora de Cartier en Madrid, mi amiga Pilucha Cano, fue convocada a la fundación del mismo nombre en París, donde estaban convocados los responsables de la marca en todos los países. A su regreso comentaba cómo habían sido reconfortados, al asegurarles el presidente que nada debían temer de las circunstancias bélicas desencadenadas, porque lujo siempre iba a haber y seguiría prevaleciendo aunque pudiera resultar alterada la lista de clientes.

Ese lujo auténtico de decir lo que se piensa es el que se permitió, por ejemplo, el presidente del Grupo PRISA, Jesús de Polanco, cuando el 7 de febrero, en el almuerzo que le ofreció la Asociación de Periodistas Europeos, preguntado sobre sus preferencias entre los candidatos del PP a la sucesión del actual presidente dijo, después de renunciar a las ventajas del off the record, que, una vez excluido por su propia renuncia Aznar, cualquiera le parecería bien. Y la que se armó en los medios informativos. Los clásicos nos tenían advertidos de estas realidades desde mucho antes de Francisco de Quevedo, en su epístola satírica y censoria contra las costumbres de los castellanos escrita al conde-duque de Olivares. La cuestión es atreverse a no callar, por más que con el dedo, ya tocando la boca, o ya la frente, silencio avisen o amenacen miedo.

La residencia de este lujo auténtico, el de decir lo que se piensa, no siempre queda reservada a los poderosos, muchas veces aferrados a sostener la posición encumbrada que en absoluto quieren arriesgar. Por eso, una vez proclamada la II República, el conde de Romanones envidiaba la independencia crítica de un colega de la política cuya falta de posición económica le permitía pronunciamientos radicales de los que él se excusaba por salvaguardar su dilatado patrimonio familiar. También Américo Castro en uno de sus libros refleja cómo la independencia queda al alcance de los menos favorecidos cuando transcribe la respuesta de un campesino andaluz al que ofrecían comprar su voto en estos términos admirables: 'En mi hambre mando yo'. El caso es que, como propone Canetti, deberíamos odiar la verdad como costumbre, la verdad por obligación y preferir que la verdad sea una tormenta y que, una vez haya limpiado el aire, pase. Que caiga como un rayo porque de otro modo no tiene efecto. Para nuestro autor, quien conoce la verdad debe temerla y nunca debe convertirse en el perro del hombre. Por eso exclama: '¡Ay de aquel que la llama con un silbido!'.

Hoy mismo, el señor Aznar comparece ante el pleno del Parlamento Europeo para dar cuenta de las tareas acometidas durante el semestre en que ha ejercido la presidencia del Consejo de la UE, pero aquí le aguardan otras cuestiones domésticas ineludibles después de haber cumplido su papel entre los doctores del G-8 en aquella casita pequeñita en Canadá. Ese partido, el aznarí, en expresión acuñada por Anson, edificado a la imagen y semejanza del PSOE felipista, se resiste a seguirle por los senderos de la ingravidez en los que Aznar se adentra después de haber fijado su fecha de caducidad con la renuncia a ser de nuevo candidato en las elecciones generales de 2004. Quienes le acompañaron en la aventura empiezan a dividirse. De una parte quedan, con Javier Arenas Bocanegra a la cabeza, los que a la usanza de los guerreros iberos se aprestan a desaparecer con su jefe y tienen anunciado el fin simultáneo de sus carreras políticas. Por otra se dejan oír, por boca de Álvarez Cascos, los que rehúsan descubrir ahora que fueron sin más costaleros del líder para su encumbramiento sin ninguna stock option en el nuevo futuro que tendrá distinto protagonista. Parecen apostar por el auténtico lujo de decir lo que piensan. Pronto veremos si es un amago o están decididos a pagar el precio que les exijan.

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