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Columna
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Hesse, rebelión y armonía

LA VITALIDAD de un escritor puede reflejarse en el número y amplitud de los homenajes que se le dedican en sus distintos aniversarios. A Hermann Hesse (1877-1962), si consideramos las celebraciones que se preparan para conmemorar su nacimiento el 2 de julio de hace 125 años, se le puede atribuir una popularidad mundial, no en vano ha sido el escritor en lengua alemana más leído del siglo XX. Pocos autores gozan del privilegio de disponer de tantos museos consagrados a su vida y obra. Cada una de las localidades en que estableció su residencia muestra su orgullo por esa afortunada circunstancia. En Calw, donde nació el 2 de julio de 1877, se encuentra el Museo Hermann Hesse, y precisamente en su ciudad natal, entre el 29 de junio y el 31 de agosto, se va a celebrar un festival dedicado al escritor que incluirá más de doscientos actos culturales. El pasado 16 de mayo, el presidente alemán Johannes Rau inauguró en Berlín una exposición dedicada al autor de Demian que se podrá visitar hasta el 20 de julio en el Kulturforum de los museos estatales. En la dirección de Internet www.Hesse 2002.de, se puede acceder a la lista de los numerosos acontecimientos programados para este año.

Hermann Hesse logró rebasar fronteras y continentes, religiones y esferas culturales, con una facilidad asombrosa. Su destinatario ha sido el ser humano en su individualidad, más allá de las naciones, los Estados, las confesiones o las sociedades; los problemas que plantea en sus obras afectan a una esencia humana común a todos los habitantes del planeta, y Hesse siempre pensó que una de las actividades más perentorias para evitar catástrofes como las guerras mundiales consistía en reforzar esa identidad básica de la humanidad. No obstante, Hesse se ha visto involucrado en corrientes contradictorias, y su apabullante popularidad se debió a un fenómeno desconcertante. El autor de El lobo estepario, al recibir el Premio Nobel en 1946, era un autor leído, pero no disfrutaba de una fama mundial, su 'descubrimiento' por las jóvenes generaciones de los años sesenta y setenta del pasado siglo en Estados Unidos marcó decididamente su recepción y lo convirtió en un autor de superventas. Tan sólo en el año 1973 se vendieron en Estados Unidos ocho millones de sus libros. ¿Qué ocurrió para que se produjera semejante convulsión y se abriese el periodo de una auténtica hessemanía? El escritor fue ni más ni menos que elevado a 'cult hero of the psychedelic generation'. Timothy Leary y Colin Wilson, los gurús del movimiento hippy y de la generación beat lo convirtieron en el guía espiritual de una juventud ansiosa de nuevas experiencias. Grupos musicales se denominaron según los títulos de las novelas de Hesse, con su nombre se hizo propaganda de drogas alucinógenas y de difusos misticismos orientales; Leary llegó a bautizar su residencia, donde realizaba experimentos con LSD para ampliar la conciencia, con el nombre de Castalia, sacado de la novela El juego de los abalorios. La fama de Hermann Hesse se difundió como la pólvora. Su condición de 'padre del ecologismo moderno' y de pacifista también le creó un numeroso círculo de lectores.

Se han intentado analizar los factores que favorecieron esa apropiación del escritor por parte de las jóvenes generaciones. En la obra de Hesse se lucha contra la uniformidad espiritual de la juventud, contra su 'normalización' y contra el conformismo, eso ha creado mecanismos de identificación entre movimientos juveniles surgidos de una desorientación cultural o de una crisis de identidad con algunos de los protagonistas de sus novelas. En este aspecto se basa el efecto electrizante de obras como Demian y Siddharta. En ellas se otorga prioridad a la conciencia del individuo sobre la autoridad oficial y se da la primacía a los impulsos intuitivos. Se olvida, sin embargo, que Hesse era un moralista y que ejerció una severa resistencia contra cualquier forma de simplificación. Su integridad moral descansaba sobre un espíritu lúcido y responsable que exigía una férrea disciplina. Su temperamento, siempre sediento de armonía, se había forjado en la lectura apasionada de la obra de Goethe, a quien admiraba sin límites. Por esta razón, Hesse, consciente de sus obligaciones como intelectual, no sólo fue un lector fabuloso de libros (escribió más de 3.000 reseñas), sino de cartas de sus lectores. En los últimos años de su vida, sacrificando su salud y su vista, leía con un tesón rayano en el masoquismo todas las cartas que le enviaban sus lectores (miles al año), incluso las hostiles, e intentaba responder las que podía. En las recopilaciones de su correspondencia se advierte el esfuerzo que esa actividad le causaba, pero también la despiadada responsabilidad moral que le obligaba a no dejar abandonado a un lector que pudiera necesitar su ayuda.

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