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Reportaje:SIGNOS

Como un niño desamparado

Tocaba la guitarra y era translúcido como un camarón. Tenía, al morir, 41 años y a su entierro acudieron 50.000 personas

El cantaor José Monge Cruz, Camarón de la Isla, murió en Badalona (Barcelona) hace ahora diez años, el 2 de julio de 1992. Había nacido en San Fernando (Cádiz) 41 años antes, el 5 de diciembre de 1950. Se casó con Dolores Montoya, La Chispa, con la que tuvo cuatro hijos, Luis, Gema, Rocío y José. Grabó 19 elepés, con 176 temas y unos 50 palos. Dominó todos los cantes clásicos, pero revolucionó el flamenco de su época, mezclándolo con otras músicas. La vieja guardia de los entendidos no le quiso, pero él acercó a los jóvenes al cante gitano andaluz y contribuyó a su lanzamiento internacional. Está considerado como uno de los más grandes intérpretes de la historia del flamenco.

'Durante el tránsito de Saturno por su Casa VIII, la muerte, su salud, que era muy delicada entonces, se agravó considerablemente y murió en julio de 1992 en Badalona'. Los entresijos vitales de cualquier persona son complejos; si es conocida, son laberínticos y, en fin, si este individuo suscita el fervor del genio su biografía es un maremagno tupido pues a los datos básicos sus seguidores agregan con constancia los atributos de la leyenda. En este punto ya no se concibe el relato de la vida sin una corona de adjetivos de olor tan intenso y pegajoso como el de una madreselva. A Camarón de la Isla le ha caído encima, diez años después de su muerte, una compleja mitología casi imposible de desbrozar. Hasta los adivinos han agregado a su muerte romántica, como se ve, una extraña caminata por casas enigmáticas marcadas con números romanos.

Su fin, de hecho, fue un buen cierre para fundar una existencia de genio y establecer las bases de una leyenda que crece sobre el hombre. Murió Camarón de un cáncer de pulmón. Sus imágenes últimas muestran a un hombre casi transparente con el pecho descubierto que sostiene una sonrisa amarga y tan evanescente que recuerda al papel de fumar. Su fin estuvo precedido por el secreto a voces de una enfermedad impronunciable que los encargados de alentar la parte más oscura de la mitología relacionaron con los años de drogadicción (aspiró la heroína, nunca se la inyectó) y con un proceso atroz de decadencia.

En realidad fue una muerte romántica. Las enfermedades del pecho arrastran desde el siglo XIX una suerte de dulzor y comprensión diferente de otros males que arraigan en órganos diferentes. Las últimas palabras que le atribuyen ('Omaita, qué es esto que tengo') recuerdan el cierre de una ópera verista a partir de la cual el genio crece sobre la muerte. A su entierro acudieron, según las crónicas de aquel caluroso verano ahogado por los fastos de la Exposición Universal, 50.000 personas. Desde entonces, nadie lo duda, Camarón ha crecido.

Ha crecido no sólo su memoria sino su vida anterior. Ahora es imposible observar los años iniciales desde fuera de la óptica de un entomólogo de genios. Camarón, al morir, tenía 41 años. Había nacido en una casa de vecinos de San Fernando (Cádiz); le dio dos pases a una vaca de 400 kilos; tocaba la guitarra, y era (como al final) translúcido como un camarón. La Venta de Vargas, donde comenzó a cantar, es desde hace años un santuario.

A mediados de los sesenta el genio adolescente inició su vida pública. Canta con doce años en la feria de Sevilla, luego en Málaga, en Madrid. En la capital de España se enrola en el tablao de Torres Bermejas donde le aguarda uno de sus más fructíferos conocimientos: los hermanos Paco y Pepe de Lucía. Entre 1968 y 1977 grabó una decena de discos con Paco, desde Al verte, las flores lloran a La leyenda del tiempo.

De esta última grabación, la más revolucionaria y la que confirma su personalísima forma de abordar el flamenco, había vendido sólo 5.000 ejemplares en 1992, pero su influencia fue extraordinaria. Camarón se casó con Dolores Montoya, La Chispa. Tras la boda se presentó delante del Nazareno de la iglesia Mayor de San Fernando y le susurró, a solas, que se había casado. '¿Qué te parece?', le preguntó al santo. La Chispa y él tuvieron cuatro hijos. A partir de los años ochenta su salud fue empeorando. La droga fue minando su cuerpo enjuto y en su vida entraron las tinieblas. Su discografía, sin embargo, continuó.

Sus seguidores le perdonaban casi todo, incluidos sus plantes. Él, a cambio, hacía un milagro. Un servidor asistió a uno. Camarón tenía que cantar en el palacio de Carlos V de Granada y no vino. Al día siguiente, sin embargo, un diario local publicó la crónica del concierto, con una foto incluida. El cantaor más emotivo tenía ya la consistencia de un mito entrañable de rabia y miel.

Grabó diecinueve discos de larga duración, 176 cantes (43 bulerías, 20 tangos, 18 fandangos...), pero sólo firmó 27. Esa desidia provocó a su muerte una notable y triste disputa sobre los derechos intelectuales. Miles de devotos guardan memoria de José Monge Cruz que, como los elegidos de los dioses, murió joven. Con la mirada de un niño desamparado.

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