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Crónica:FERIA DE ALICANTE | LA LIDIA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Caballero, ídolo de Alicante

El primero de la tarde murió, fulminado como del rayo, a mitad de faena de Ponce. No se sabe el porqué, pero el escurrido toro de Alcurrucén, que aparentaba más de lo que era por su bien armada y astifina cabeza, se derrumbó ante la muleta de Ponce. Antes de ese imprevisto óbito, el toro, justito de fuerzas, había tomado la muleta con cierto aire. Ponce lo cuidaba en muletazos a media altura, sin obligarle, sin molestarle. El de Alcurrucén, que no humillaba y remataba los muletazos distraído, sufrió de pronto una contracción y rodó como una pelota a los pies del que debía ser su matador. Ponce, perplejo, y el bondadoso público alicantino sorprendido por desenlace tan inesperado. Apenas hubo protestas, como si lo ocurrido fuera de lo más normal. Hay toros, los menos, que mueren de grandes estocadas, otros de bajonazos infames, y a éste primero de ayer en Alicante se le debió parar el corazón, aunque no se sabe la razón.

Alcurrucén/ Ponce, Aparicio, Caballero

Cuatro toros de Alcurrucén y dos, segundo y sexto, de Hermanos Lozano. Desiguales de presentación, justos de fuerzas pero manejables. Enrique Ponce: el primero tuvo que ser apuntillado -silencio-; -aviso- dos pinchazos y dos descabellos (saludos). Julio Aparicio: media perpendicular y dos descabellos. Pitos; pinchazo y casi entera, pitos. Manuel Caballero: entera tendida, oreja y petición de otra y estocada tendida, oreja y petición de la segunda. Plaza de Alicante, 22 junio. 6ª abono. Casi lleno.

Ponce, pues, sólo mató un toro, el cuarto, el más hecho y mejor presentado de los seis. Como toda la corrida, hizo una pelea discreta en el caballo, pero presentó ciertas complicaciones en banderillas: esperó y sembró la desconfianza entre los banderilleros de Ponce. No era toro claro en principio y tras el fiasco con el primero, tenía Ponce una papeleta ante sí. El inicio de faena quiso tener efectos de dominio: se dobló por ambos pitones, para rematar tan torero inicio fuera del tercio. A partir de ahí, toro y torero se midieron. La entrega la ponía Ponce y el recelo era del de Alcurrucén. Pero la partida se decantaría muy pronto por el lado del torero. Una vez le consintió, le dejó llegar mucho a la muleta y le obligó en cada pase con la mano muy baja. El momento culminante de esa inteligente labor de Ponce fueron dos series con la mano izquierda en la que el toro, desengañado, se le rindió y acabó entregado. Faena reposada, con poso, y con mucho fondo. Luego, la espada emborronó la lección.

El lote de la tarde fue para Manuel Caballero. Y Caballero lo aprovechó. El tercero carecía de remate y tenía aspecto anovillado, pero tuvo recorrido y entrega sobre todo por el lado izquierdo. Por ese pitón se comprometió Caballero y por ahí logró los mejores momentos de una faena que empezó ligera y acabó teniendo más reposo. Al final de esa labor, el de Alcurrucén también estaba entregado por el pitón derecho.

El sexto fue el único toro que manceó con evidencia en el caballo, al salirse suelto de la única vara que tomó. Pero fue un manso de alegría contagiosa en la muleta. Caballero lo vio y se dejó de tanteos previos. Fue directo y se echó la mano a la izquierda sin titubeos. Por ese lado también fue el compromiso mayor del torero. Pronto el toro, Caballero lo recogió y vació siempre con la mano muy baja, recreándose en algunos naturales. La faena tuvo en el público un cómplice imparable, que llevó al torero de Albacete toda la tarde en volandas.

Julio Aparicio apareció en Alicante animoso, incluso insistente en su primero. Pero al contrario que a Caballero, el público no le permitió descuido alguno. A su buen primero no le terminó de coger el ritmo, se incomodó con él y acabó sin excesivas confianzas. Con todo se puso porfión e insistente durante la faena, aunque nunca lo vio claro.

El quinto, feote y basto, fue castigado con dureza en la única vara que tomó. Acusó ese largo puyazo en la muleta y le costó acudir a ella. Aparicio, sin creérselo mucho pareció intentarlo de primeras, pero se encontró con una exigencia nada habitual en esta plaza. A penas le esperaron, el torero se aburrió y acabaron abroncándole.

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