_
_
_
_
Reportaje:ANÁLISIS

Oxígeno para la socialdemocracia

Soledad Gallego-Díaz

En 1998 eran 13 de 15, trece Gobiernos total o parcialmente socialdemócratas entre los 15 países de la UE. Hoy, con las pérdidas recientes de Francia y Holanda, que han caído como un auténtico cataclismo, sólo quedan cinco: el Reino Unido, Alemania, Suecia, Grecia, Finlandia. Sólo cinco Gobiernos de izquierda en un escenario en el que la derecha aparece triunfalmente como la nueva mayoría. Ahora todos los ojos se dirigen a Alemania, no sólo porque es un gran país, sino porque su socialdemocracia, su política de acuerdo y consenso, el llamado socialismo renano, fueron durante muchos años el referente para la izquierda de medio mundo. Allí surgieron líderes como Willy Brandt que actuaron como dirigentes tanto de su propio partido como de la socialdemocracia en su conjunto. Pero la campaña alemana ya ha comenzado y las encuestas anuncian unas elecciones muy reñidas. Si el canciller Gerhard Schröder no es capaz, el próximo mes de septiembre, de mantener la bandera en alto, la izquierda europea estará en horas muy bajas y la derecha se apresurará a anunciar que está acabada y que el siglo XXI va a suponer su partida de defunción, al menos como el movimiento político y social que hemos conocido hasta hoy.

La fragmentación del voto de izquierda ha sido uno de los problemas letales del socialismo en los últimos años
Tanto pesimismo sobre la izquierda europea oculta, sin embargo, el resurgir de un importante y vivo debate interno
Arrecia el debate entre quienes no ven más salida que la adaptación propuesta por Blair y los que creen que se aleja demasiado de las raíces de la izquierda
Parece como si la socialdemocracia ya hubiera alcanzado sus objetivos, como si le faltaran 'ideas fuerza' nacidas en los noventa y nuevos líderes creíbles

Tanto pesimismo sobre la izquierda europea oculta, sin embargo, el resurgir de un importante y vivo debate interno. Las ciberpáginas que lo acogen, la mayoría de ellas británicas, bullen llenas de artículos, análisis y críticas firmados por socialistas franceses, italianos, alemanes, españoles o suecos deseosos de encontrar el nuevo impulso que relance a sus partidos. Todos parten, para bien o para mal, de los dos únicos laboratorios que parecen funcionar electoralmente: el Reino Unido y Suecia.

En el Reino Unido, el debate está protagonizado por Tony Blair y su famosa Tercera Vía: en Suecia, por el incombustible Goran Persson, que realizó los duros ajustes presupuestarios de los años ochenta, y que ha sido capaz de modernizar y de asegurar el futuro de uno de los partidos socialistas más clásicos de Europa. Su lema, que no pertenece a su partido sino al sindicato sueco de izquierda, podría ser: 'Estamos orgullosos, pero no satisfechos'. Las encuestas le atribuyen entre el 42% y el 48% de los votos en las elecciones del próximo otoño.

El diputado laborista y alto cargo del Foreign Office Denis MacShane resumió muy bien, en un artículo publicado a primeros de este mes, las dos preguntas más elementales que se hacen los militantes europeos de izquierda: 1) ¿por qué nos han echado del poder, justo cuando pocos años antes parecía que estábamos entrando en una nueva etapa de Gobiernos progresistas?, y 2) ¿qué hay que hacer para volver a conseguir el impulso necesario que convenza a los votantes de que la izquierda democrática debe gobernar?

Mac Shane, que defiende la ampliación de la Tercera Vía en el resto de Europa, se responde: pierden los partidos que, como el francés, buscan políticas defensivas basadas en un socialismo estatalista o en una coalición con instituciones encargadas de mantener el statu quo. 'La moderna socialdemocracia británica', afirma, 'busca un reformismo permanente que es incómodo para los dirigentes, pero que interesa a los ciudadanos'. El diputado inglés cree también que si la izquierda reaccionara en ese sentido en el resto de Europa, tendría pronto una buena oportunidad, porque la derecha se está haciendo cada día más populista, chovinista y agresivamente ignorante de las desigualdades y de la existencia de una sociedad que exige que se la tenga en cuenta.

Deseo de cambio

La necesidad de romper la imagen institucionalizada que se han hecho los partidos socialdemócratas a lo largo de sus años de gobierno es defendida en muchos foros y por personalidades muy distintas. Los socialistas llegan a los Gobiernos de 13 países por un masivo deseo de cambio, pero cuando están en el poder -critican con una sola voz el británico David Miliband, secretario de Estado de Educación, y el sueco Par Nuder, mano derecha de Persson- pierden de vista el compromiso. Y, sin embargo, aseguran, es vital que continuemos ofreciendo cambios; no podemos dar la imagen, como sucede a menudo, de presentar más de lo mismo'.

'El centro-izquierda -mantienen Miliband y Nuder- tiene que estar siempre en oposición a la injusticia y a la falta de oportunidades. Cuando no lo hace, se convierte en establishment y tiene la derrota a la vuelta de la esquina' (www.policy-network.org).

Anthony Giddens, el líder intelectual de la Tercera Vía, también defiende las propuestas de cambio. No cree que el éxito de los años ochenta se debiera a que el electorado se moviera hacia la izquierda, sino a la capacidad de algunos partidos socialdemócratas de conectar con esa necesidad. Los laboristas se convirtieron en 'nuevos laboristas' y la socialdemocracia alemana habló de 'nuevo centro'. Además, en el Reino Unido y en Alemania, los conservadores llevaban en el poder cerca de 20 años.

En cierto sentido, según Giddens, lo que se ha producido ahora es un efecto espejo: en Italia, la división de la derecha dio el poder a la izquierda, y ahora, la división de la izquierda se la da a Berlusconi y a su apariencia de unidad. La fragmentación del voto de izquierda ha sido uno de los problemas letales del socialismo en los últimos años. El fenómeno no supuso sólo la destrucción del PS italiano, sino también la salida del Gobierno de los socialistas franceses. Incluso en Estados Unidos, Al Gore atribuyó su derrota a los votos que le arrebató Ralph Nader.

Giddens niega que estemos presenciando una transición política hacia la derecha como la de los años setenta y su giro hacia el conservadurismo ultraliberal. Y Nuder y Miliband bromean con la insistencia de la derecha de que ya no tiene sentido hablar de derechas e izquierdas. 'Claro que existen diferencias. Elija la derecha y ya lo verá'.

Principio de igualdad

La mayoría de quienes participan en el debate no creen, sin embargo, que los problemas a los que se enfrenta la socialdemocracia sean estrictamente coyunturales. El centro de la discusión incluye también al núcleo duro del pensamiento socialista: cómo mantener el principio de igualdad que la ha diferenciado siempre de la derecha; límites del Estado de bienestar; necesidad y extensión de los servicios públicos; cómo actuar ante grandes flujos de inmigración; equilibrio en el binomio seguridad-libertad, e idea de Europa dentro de la globalización. Muchos se quejan de la impresión que existe de que no hay grandes banderas que desplegar, ni tan siquiera fórmulas nuevas con que afrontar viejos problemas. Parece como si la socialdemocracia ya hubiera alcanzado sus objetivos, como si le faltaran ideas fuerza nacidas en los noventa y nuevos líderes creíbles. Otros creen que el problema se reduce a la falta de programa, como el presidente del principal sindicato italiano, Sergio Cofferati, que mantiene: tengamos ideas y aparecerán dirigentes políticos capaces de llevarlas ante los electores.

Nadie discute la obligación que tiene la izquierda de ser económicamente creíble para los mercados e instituciones internacionales. Ese paso se dio en los años ochenta, protagonizado por políticos como François Mitterrand en Francia, Goran Persson en Suecia o Felipe González en España. Ahora lo que se plantea es hasta qué punto la nueva izquierda de Blair se ha adaptado tanto a esa necesidad que ha perdido sus rasgos de identidad socialdemócrata.

MacShane y los defensores de la Tercera Vía aseguran que no es así: facilitar la creación de empleo, casi de cualquier empleo, desregulando los mercados, significa 'devolver el trabajo a los trabajadores y alejarlos de la pasividad que les hace caer en manos de los populistas'. Nadie habla en Europa, se quejan, de que gracias a Blair los sindicatos británicos tienen ahora ocho millones de afiliados. Tampoco se dice que impuso en Gran Bretaña el salario mínimo aborrecido por la derecha, ni que es el único Gobierno entre los países más desarrollados que ha aumentado sustancialmente el presupuesto destinado a sanidad y educación pública. El nuevo laborismo defiende el Estado de bienestar y considera que la salud y la educación son bienes públicos que no pueden ser controlados por el sector privado. La educación, afirman, es una de las raíces del principio de igualdad, y su defensa, extensión y mejora se ha convertido en una de las auténticas señas de identidad de Blair.

'Por dos veces, en 1997 y en 2001, los votantes británicos han apoyado el intento de Blair de definir una nueva socialdemocracia con caracteres específicos británicos. Y pese a este éxito, la izquierda europea ha tenido tendencia a minusvalorar y a insultar a Blair, en lugar de preguntarse por qué ellos mismos estaban perdiendo el poder', protesta MacShane en su artículo Después de Francia, la izquierda europea debe autorreformarse.

Para algunos alemanes, sin embargo, el caso británico es muy peculiar y resulta difícil sacar conclusiones de sus experiencias y de sus éxitos para el resto de Europa. Tony Blair llegó al poder tras 18 años de devastador gobierno de Margaret Thatcher, mientras que Alemania u Holanda no tuvieron que hacer frente a nada parecido. Klaus Gretschmann, asesor económico de Schröder, cree que la socialdemocracia alemana tiene una visión distinta de la británica sobre las condiciones que debe reunir el mercado de trabajo. Sin duda, explica, necesita una reforma porque debe ser más sensible a las fuerzas del mercado de lo que es ahora, pero nunca defenderemos una estructura parecida a la norteamericana.

El problema en Alemania es que no está clara la estrategia que sigue el SPD ni las repercusiones que tiene en el electorado su coalición con los Verdes. Los contactos entre Bodo Hombach, uno de los principales asesores del líder socialdemócrata alemán, y el británico Peter Mandenson, pionero de la Tercera Vía, que tanto atrajeron la curiosidad hace unos años, parecen haberse difuminado. Las críticas, cada vez más feroces, del antiguo dirigente del SPD Oskar Lafontaine no representan en realidad a ninguna corriente del partido, que, en general, está bastante molesto con su actitud. Pero eso no quita para que algunos miembros de la dirección compartan la idea de que el SPD adolece de falta de orientación y de que necesita un proceso de modernización.

Fracaso de Jospin

Tras el fracaso de Jospin, el único sitio al que los socialdemócratas alemanes pueden en teoría volver la vista sigue siendo Londres, pero Berlín se mueve con mucho cuidado y prevención a la hora de buscar inspiración fuera de sus fronteras. Si tan bien lo han hecho en Gran Bretaña, advierten artículos y panfletos internos, ¿por qué los alemanes seguimos siendo más ricos que los británicos? Algo habrá hecho bien la socialdemocracia alemana cuando los trabajadores de este país, con todos sus problemas, son notablemente más productivos que los de cualquier otro Estado europeo. Y Alemania ha logrado todo eso al mismo tiempo que mantenía un poderoso Estado de bienestar y una población inmigrante muy elevada; incluso, cuando ha tenido que absorber a 17 millones de trabajadores de la antigua Alemania del Este, con índices de productividad y riqueza muy inferiores.

El debate arrecia entre quienes creen que no hay más salida para la socialdemocracia europea que la adaptación propuesta por Blair y quienes estiman que es indudable que hacen falta reformas, pero que el modelo británico supone alejarse demasiado de las raíces de la izquierda. Quizá sea más interesante observar a Suecia donde Persson, según explican sus seguidores, ha saneado el sistema económico, pero siempre ha advertido que quería crear más riqueza para poder seguir repartiéndola y asegurar así el principio de igualdad que recorre el pensamiento socialista.

No habrá salida posible, mantienen amplios sectores de la izquierda italiana, si la única opción que se plantea a la izquierda europea es la corriente británica. La polémica abierta hace un año en torno al libro de Cesare Salvi La rosa rossa, il futuro della sinistra recorre problemas específicos del socialismo italiano, pero ha dado pie también a discusiones sobre la apatía de la izquierda en general. Frente al ataque en toda regla contra el principio de igualdad que está haciendo la derecha, la izquierda no es capaz de presentar un frente unido y solvente, mantiene José María Ridao, uno de los pocos socialistas españoles que, desde fuera del PSOE, participa en el debate internacional. Dentro del partido, el ex secretario general Joaquín Almunia impulsa el debate a través del Laboratorio Alternativas.

Para Ridao, uno de los principales problemas es que se acepta la hipertrofia de lo privado y se admiten como verdades inamovibles principios que son simplemente opciones ideológicas de la derecha. Es como si la derecha hubiera aceptado en los años cincuenta que la planificación económica de la izquierda era una idea invencible. 'Necesitamos a alguien que haga el papel de Popper en aquel momento, dispuesto a explicar que aquello simplemente no era verdad', afirma Ridao.

Helene de Largentaye, antigua secretaria general del consejo de análisis económico del primer ministro francés, comenta, en un reciente artículo sobre las 35 horas y el trabajo de la mujer, las novedosas ideas de Keynes sobre el reparto del trabajo. Y recuerda que en su ensayo Economic possibilities for our grandchildren, el gran economista socialdemócrata británico calculaba que, si se repartía bien el trabajo, sus nietos no necesitarían dedicar a su empleo más de 15 horas a la semana. 'Tres horas al día es suficiente para satisfacer al viejo Adán que llevamos dentro', ironizaba Keynes. Su cálculo no se ha hecho realidad, pero lo que llama la atención es la capacidad de aquel socialismo para ofrecer proyectos y metas a medio plazo, una capacidad que parecen haber perdido sus sucesores.

La necesidad de establecer políticas y propuestas concretas se aprecia especialmente en las relaciones entre socialismo y globalización. Keynes supo en su momento establecer la doctrina económica de la socialdemocracia: dirección democrática de la economía, con políticas destinadas a combatir las fluctuaciones del mercado. Ahora se trata de establecer los mecanismos de regulación de un nuevo y rapidísimo proceso, y es un francés, Pascal Lamy, comisario de la UE y, sobre todo, jefe de gabinete de Jacques Delors entre 1985 y 1994, quien más está animando la discusión.

Otra globalización

La globalización, afirma Lamy, tiene un dramático efecto sobre la soberanía de los Estados europeos, sobre la legitimidad democrática y sobre la economía real. Es potencialmente dañina porque aumenta la eficacia del capitalismo, pero también las desigualdades. Pero, por encima de todo, es un proceso imparable y tiene dentro al mismo tiempo todos los requisitos necesarios para contribuir a mejorar la situación mundial. Por ello, sería un debate estéril oponerse a ella, y la socialdemocracia debe concentrarse en otra cosa: defender la reforma de las instituciones internacionales que rigen los mercados, para adaptarlas a las nuevas circunstancias.

La línea que representa Pascal Lamy encuentra cada vez más apoyos en la izquierda europea y cada vez más partidos socialdemócratas se plantean la necesidad de internacionalizar la política al mismo tiempo que se globalizan los mercados. Lamy, por ejemplo, defendió dentro de la UE, sin éxito, la implicación de los Parlamentos en los asuntos de la Organización Mundial de Comercio, a través de una asamblea consultiva.

Un segundo frente de discusión dentro de la socialdemocracia europea es la relación entre seguridad y libertad. Blair defiende políticas de seguridad muy duras, hasta el extremo de causar el desconcierto en otros partidos europeos. El dirigente británico, que apoya radicalmente la política antiterrorista de Bush, mantiene que cualquier actitud tibia por parte de la izquierda en este capítulo le hará perder posibilidades de gobierno. Desde que ganó las elecciones, ha aumentado varias veces el sueldo de la policía británica, hasta el punto de que son funcionarios que ganan más que cualquier otro de su misma cualificación académica o profesional. Todo ello, mantienen los programas laboristas, debe ser acompañado de vigorosos programas de reinserción de delincuentes que demuestren la sensibilidad de la izquierda, pero lo más importante es evitar que la derecha se haga con ese tema, como sucedió en Francia.

Dureza contra los 'sin papeles'

La misma dureza se aplica a los problemas de la inmigración, ante la que el Gobierno británico mantiene una actitud chocante para franceses o alemanes, pero que se está extendiendo a otros partidos socialdemócratas europeos, convencidos de que se trata de un tema capaz de revitalizar a los movimientos más extremistas de derecha. Blair rodea su política de inmigración de una retórica muy potente: dureza con la inmigración ilegal y dureza con quienes ataquen a los inmigrantes legalmente establecidos; reducción de cuotas de entrada, y promoción simultánea de las minorías raciales a ciclos de educación superior y a puestos de relevancia política y social.

La duda es cómo compatibilizar esa dureza que parece pedir el electorado con la exigencia socialista de evitar que las sociedades sean al mismo tiempo más heterogéneas y más injustas. Hasta Guiliano Amato, el político y economista italiano que The Economist calificó de 'blairita antes de que existiera Blair', advierte sobre el peligro de que el socialismo pierda sus raíces. 'Las raíces se alargan, pero no se cambian', afirmó en el acto de presentación del mencionado libro de Salvi.

'Si se intentan cambiar esas raíces', explicó Amato, 'perderemos mucho más de lo que ya hemos perdido. (...) El socialismo ha usado tradicionalmente su fuerza para extender el derecho de ciudadanía a quienes no lo tenían. Incluso si cometíamos errores, ese era el objetivo, esa la meta y esas las raíces. El siglo que ahora comienza permite vislumbrar a millones y millones de personas que corren el riesgo de no ser capaces de entrar en esa nueva ciudadanía del mundo. (...) Es nuestra responsabilidad comenzar a movernos, recordar que esa ha sido nuestra misión, y en nombre de esa misión debemos saber que hay raíces que no se pueden arrancar'. La modernización de la izquierda, mantiene Amato, no puede olvidar todo esto. Para él, resulta válida la tesis que ha mantenido hasta ahora el socialismo francés: sí al mercado en la economía; no al mercado en la sociedad.

Goran Persson defiende principios parecidos: 'Debemos guiarnos por nuestros valores socialdemócratas y saber que nuestras ideas van más allá de Europa e incluyen una responsabilidad global. Nosotros, los socialdemócratas, debemos hacer la diferencia no ya en Europa, sino de'Europa, actuando como motores de la solidaridad mundial'. Su mensaje, al menos en Suecia, funciona.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_