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Mundial 2002 | España: el adiós de un gran capitán
Columna
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El jugadorazo

Santiago Segurola

Hay jugadores que necesitan la perspectiva del tiempo para que se valore su importancia en el fútbol. Con Hierro no hace falta. Es indiscutible que se trata de un futbolista glorioso, uno de los mejores que ha dado España. Todavía hoy, cuando sus condiciones físicas le atormentan en muchos partidos, dispone de recursos que les están vetados a la mayoría de los defensas. Probablemente ninguno en el mundo podría jugar al nivel de Hierro en el estado del Hierro que perdió hace tiempo la frescura y la flexibilidad que le permitían ser un central asombroso y un centrocampista goleador. Lo que no ha perdido es el instinto, la capacidad futbolística, eso tan etéreo que se denomina talento. Con esos recursos, más el oficio de casi 15 años en la vanguardia del fútbol, Hierro ha sido insustituible en el Real Madrid y lo es en la selección española, en la que no se ve a su heredero ni de lejos.

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Con los datos en la mano, ha ganado mucho: cinco Ligas, tres Copas de Europa, una Copa. Y ha ganado desde un papel protagonista. No se ha tratado del jugador secundario que se hace un palmarés como acompañante de las estrellas. Hierro es todavía una estrella. Sabe que está en el crespúsculo de su carrera y comienza a ceder el paso. Ahora abandona la selección nacional, más pronto que tarde lo hará en el Real Madrid. Es la ley del fútbol que Hierro comienza a aceptar.

Pero este Hierro crepuscular todavía es vigente por necesario. Frente a Irlanda fue uno de los pocos que no se sintió desbordado por el partido. Todavía hoy es capaz de imponerse en el juego aéreo, de ganar al delantero por anticipación, de cruzar un pase perfecto, de clavar un tiro libre, de anotar en un cabezazo. Es cierto que sufre en mar abierto, cuando los delanteros jóvenes y rápidos tienen espacio para maniobrar, pero no se puede discutir su importancia en todas las facetas anteriores.

En el estricto terreno futbolístico, la única discusión que cabe con Hierro es de ubicación. Como central está a la altura de los mejores que se han visto en el fútbol. Le avalan mil razones: una larga y brillante trayectoria que permite compararle con otros grandes defensas, un palmarés espectacular, unas cifras que hablan por sí mismas -más de cien goles en la Liga con el Real Madrid, máximo goleador en la historia de la selección- y la constante de su ingenio. Ha sido poderoso y elegante, inigualable en el juego aéreo y excepcional para mover la pelota, gran goleador y tremendo defensa. En los últimos 15 años sólo Baresi puede ganarle como defensa en el fútbol europeo, pero al central italiano le faltaba la contundencia de Hierro en el juego de ataque y su facilidad con el balón, en la que sólo ha encontrado la competencia del holandés Ronald Koeman, el tercer grande.

Sin embargo, cuesta decirle a Hierro lo que significa como defensa. Nunca se ha sentido como tal, y hasta ha habido ocasiones en que ha sido víctima de la frustración. Porque Hierro siempre se ha sentido otra cosa: centrocampista, casi delantero. Probablemente nunca fue más feliz que en su etapa con Radomir Antic en el Madrid, cuando desarrolló todo su instinto para el gol como centrocampista. Eran tiempos en los que Hierro se desplegaba con exuberancia por el campo, sin los achaques de ahora. Eran tiempos en los que rechazaba la idea de los que consideraban que su contribución era superior en la defensa. Quizá sirva como dato el hecho de que todos sus títulos los ha ganado como central. Pero Hierro siempre ha tenido alma de delantero y es legítima su decepción por su trabajo en la defensa.

En cualquier caso, se trata de un asunto menor. Lo importante es que este jugadorazo es una de las grandes glorias que ha dado el fútbol español.

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