Cuatro y cinco caras
Si me hubiera visto yo solo ante la forma de la primera página vacía hubiera pensado en las cuatro caras del día: Casillas, el portero; Chirac, el primer presidente francés con el poder absoluto -De Gaulle no cuenta-; el padre Pío, la más triunfante santificación de las 400 o 500 de este Papa -así está de agotado-, o quizá Le Pen, la contrafigura: el hombre que salió de la chistera de Chirac, llegó a aterrar a los franceses que son antifascistas sin saber dónde está hoy el fascismo, y ahora ha desaparecido, ni siquiera diputado, ni ninguno de sus camaradas. Quizá hubiera elegido a este hombre, si hubiera tenido un buen redactor capaz de hacer el pie sarcástico y pedagógico para ilustrar al perdedor y las manipulaciones de la democracia. Mis sucesores y sin embargo superiores de todos los periódicos han elegido al portero Casillas, y tienen razón, por sus tres virtudes: una, la profesional; dos, la irrupción de lo inesperado; y tres y principal, porque es España.
Nadie se pinta la cara, se pone gorros tan exóticos y lanza gritos de lo gutural a lo agudo para escuchar a Aznar. Aznar y su pandilla están sacando a pleno pulmón el grito de España por si vuelve el matamoros -nunca estuvo aquí, y en cuyo sepulcro, según el sabio Américo Castro, hay una jovencita- para echar no sólo a los inmigrantes, sino a los obreros parados. 'El PSOE es una veleta que se mueve con el viento que más daña al Gobierno de España', dice un corifeo titulando una página de Abc; y en la siguiente el periódico dice que 'la mayoría de los ciudadanos considera que la huelga perjudica los intereses de España'. Perjudiquémoslos, por lo tanto: me interesa mucho menos la carga del nombre de España que sus habitantes, oriundos, residentes, inmigrantes y, claro, presidiarios. Esto obedece a una equivocación mía que transmito por si quieren participar, aunque lo hagan en la clandestinidad. Consiste en creer que la España de los estandartes 'portados por manos de heroicos atletas' (Rubén, que también tenía unas cosas...), la de los himnos y los militares y los jueces y la Iglesia, y la de los 25 años de urnas, y la de los gloriosos partidos turnantes (si es que vuelven a serlo) me importa mucho menos que la de los que trabajamos, estudiamos, amamos y lloramos en ella.
Con mejor explicación, creo que España, con cualquier otro nombre -hasta con el efímero de República Española-, somos nosotros y no ellos. Pero deben ser alucinaciones seniles. (Creo que también hubiera puesto al futbolista. Vende más, y yo he sido siempre periodista de empresa, no de Gobierno. Pero no me hubiera abstenido del padre Pío, con un pie que quizá hubiera escrito yo mismo...).
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