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Reportaje:los seguidores | Mundial 2002

Esquizofrenia nipona

La tradicional cordialidad japonesa contrasta con la tendencia a imitar a los 'hooligans'

Japón está viviendo un ataque de esquizofrenia colectiva. Por un lado está la forma de ser japonesa: la cortesía y la formalidad llevada a la más exquisita expresión. Por otro, millones y millones de japoneses comportándose como chimpancés en celo o, un eslabón por debajo de los chimpancés en la cadena evolutiva, como aficionados de fútbol ingleses.

Para observar el contraste uno lo que puede hacer es subirse a un tren bala, un shinkansen. En el vagón, por más lleno que esté, habrá silencio casi total. Está permitido hablar pero, aunque no hay nada escrito, todos entienden las reglas: sólo en voz baja, para no molestar. No está permitido -esto sí que está escrito- hablar por teléfono móvil. La mitad de los pasajeros, por lo menos, están dormidos. Los japoneses trabajan tantas horas que viajar en tren parece ser una de las pocas oportunidades de descansar. Según dicen, lo importante para un asalariado, más que producir, es que el jefe le vea en el trabajo hasta muchas horas después de la puesta del sol.

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A su manera

Cada veinte minutos, pasa por el vagón una vendedora ambulante vestida con un sombrerito y un uniforme color beige. Entra por una puerta electrónica corrediza y lo primero que hace, sin decir nada, es inclinar la cabeza ante los pasajeros. Lleva una bandeja con comida y refrescos. Se desliza por el vagón como un cisne y al llegar al final se da media vuelta, inclina la cabeza una vez más, con los ojos cerrados, y se va. Los guardias, también de uniforme beige, se comportan de la misma manera. No pueden entrar o salir de un vagón sin inclinar la cabeza ante la distinguida clientela de los shinkansen.

El tren se para, uno se baja en, digamos, la estación de Kobe y se encuentra con cientos y cientos de fanáticos de fútbol. En el contexto tradicional japonés, es un manicomio, una visión dantesca. Y lo que es peor, la mayoría son japoneses. Jóvenes, casi todos con el pelo teñido, muchos imitando el último look de David Beckham, saltando, gritando, coreando consignas que quizás no entiendan (¿pero qué más da?) en inglés.

Porque saltando y cantando con ellos hay unos cincuenta seres que parecen pertenecer a otra especie, por lo altos y gordos y rojos que son, pero que son ingleses celebrando lo mismo que los japoneses: que sus equipos siguen vivos, siguen ganando, en el campeonato del mundo.

Y lo más alarmante de todo, desde el punto de vista de aquellos que quieren que las cosas sigan como siempre en Japón (aparentemente tal gente existe, aunque no han mostrado mucho la cara últimamete), es que los ingleses, los famosos hooligans cuya llegada a tierras japonesas había causado tanta alboroto en los medios, se habían convertido claramente en los héroes de los chicos japoneses.

Los japoneses son los grandes imitadores del mundo. No inventan cosas, pero las perfeccionan. Ahora lo que la juventud japonesa está imitando es a los fans de las islas británicas. No porque sean los más dignos de imitación, sino porque son los que hay. De los países que compiten en el Mundial, al menos en Japón, los que en mayores cantidades han venido son los ingleses y los irlandeses -unos 8.000 de cada país-. Están en todas partes, hacen muchísimo ruido, y ruido es lo que la juventud japonesa, después de tantos años de silencio obligado, también quiere hacer.

Con lo cual imitan las canciones, los bailes, las pelucas. Y lo hacen tan bien que si uno cerrara los ojos cuando juega Japón estos días, se podría imaginar que estaba no en el estadio de Yokohama o Miyagi sino en Old Trafford. En cuanto a la tendencia al perfeccionamiento, los hinchas japoneses no han causado mayores destrozos todavía, pero lo que sí han hecho que nunca se ha visto ni en Irlanda ni en Inglaterra (aunque lo más seguro es que ahora lo imitarán allá) es tirarse al río, una ceremonia en la que participaron 500 chicos japoneses desde el puente de Ebisubashi, en Osaka, el viernes por la noche.

Pero no sólo son los jovenes los que han resuelto que ha llegado la hora de perder las cadenas. Los asalariados de traje y corbata, los que se duermen en los trenes, también se han rendido ante la fiebre futbolera. Y las grandes empresas se han tenido que rendir, lo cual es realmente insólito, ante los deseos de sus empleados. Nissan y Japan Air Lines, entre otras corporaciones, se vieron obligadas -porque si no, habrían calculado, existía el peligro de una revuelta- a colocar grandes pantallas de televisión en sus oficinas durante el Japón-Tunez del viernes por la tarde, partido que Japón ganó 2 a 0.

Una empresa que fabrica juguetes llamada Tomy tuvo la inteligencia de informar a todos sus empleados de que durante el partido se suspendía el trabajo y que todos acudieran a los televisores a gritar por Japón. Apareció el presidente de Tomy durante el primer tiempo y los empleados enloquecieron casi tanto como cuando Nakata marcó el gol de la victoria. '¡Shacho! ¡Shacho!' corearon. Shacho significa presidente en japonés. Habrá perdido dos horas de producción el shacho de Tomy, pero se ha ganado la lealtad incondicional de sus empleados para siempre.

Tres aficionados japoneses, disfrazados de bandera danesa.
Tres aficionados japoneses, disfrazados de bandera danesa.REUTERS

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