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Mundial 2002 | Octavos de final: España-Irlanda
Columna
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El Mundial, desde el pub

Jordi Soler

'Buen rompecabezas sería cruzar Dublín sin pasar por delante de un pub'. A esta línea de Joyce habría que agregarle, para ponerla al día, 'de un pub con el televisor encendido'. La televisión de los irlandeses tiene más deportes que ninguna: tiene todos, más el hurling y el futbol gaélico. Dos o tres veces por semana los pubs se atiborran de celtas que buscan beber cerveza mirando en la tele cualquier cosa que dependa de un marcador.

Un sábado antes del Mundial no podía ponerse un pie en los pubs del centro porque un grupo de golfistas añosos disputaba en televisión el armadillo de oro, el premio mayor de un torneo de jubilados que se celebra anualmente en Waco Texas. Hace meses, un domingo, durante las finales del campeonato de rugby, a la nube de celtas locales que atiborraba los pubs, se sumaba otra de escoceses con falda, que habían viajado en ferry para mirar las hazañas de su equipo por televisión, en la misma ciudad donde estaban aconteciendo. En estas islas con clima de perros, meterse en un pub para ver un juego acaba siendo el equivalente emocional a estar en el estadio: se aplaude y se grita con la misma intensidad y además se cuenta con la ventaja de que basta estirar la mano para hacerse con otra pinta de cerveza. Mientras en la mayoría de los países de occidente las televisoras manipulan, dosifican y revenden la transmisión de los partidos,en Irlanda pueden verse todos en RTE, que es la cadena nacional, y en la BBC que llega de Inglaterra.

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Solidarios, simples y esforzados

Antes de que empezara el Mundial, dos agencias de turismo irlandesas anunciaban un viaje a Tailandia. Además de las playas y del sol, que en esta isla es un fenómeno tan frecuente como un eclipse, el atractivo consiste en poder ver los partidos del Mundial a la hora en que se juegan, sin batallar con la diferencia horaria. Estos viajes a Tailandia han sido un éxito, una alternativa frente a la de los más de siete mil irlandeses que viajaron a Japón para seguir a su equipo.

Pero lo cierto es que en Dublín, la diferencia de horario, gracias a la penumbra mágica de los pubs, no ha sido un factor de consideración. El día que Irlanda jugó contra Camerún no cabía un alma en los pubs desde las siete de la mañana. En el descanso, (ocho y cuarto) ya se había consumido la mitad de las reservas de Guiness de la isla y en el pub donde yo estaba, un grupo de descamisados se echaba cerveza encima mientras media docena de celtas barítonos entonaba canciones irlandesas.

Después del empate de Irlanda siguió el Uruguay-Dinamarca y luego el Alemania-Arabia y cuando ya no hubo más futbol, se vió el hurling, un duelo de carambola, un rally en la jungla africana y un reportaje sobre el drama que protagonizaron el seleccionador McCarthy y la estrella Roy Keane. El asunto era salir del pub cuando la noche ofreciera un clima parecido al que había reinado en el interior durante el día. Aunque el partido contra Alemania se jugó en un horario más decente, los pubs comenzaron a llenarse desde el Rusia-Túnez, porque el noble objetivo era ver jugar a la selección cuando la fiesta alcanzara la. La celebración de los dos empates, festejados como triunfos, no tuvo comparación con el triunfo ante Arabia Saudí. No sólo cada gol de aquel partido hacía brincar y gritar a los irlandeses; también brincaron con cada repetición, y se volvió a brincar con el resumen del partido. Incluso ayer, en un programa sobre las posibilidades de Irlanda ante España, la nube de celtas que abarrotaban el pub de Duke Street, brincaban, gritaban y se abrazaban, como si el gol de Robbie Keane hubiera sido marcado por primera vez.

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