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Reportaje:Mundial 2002 | España, la primera clasificada

'¡A la banda, hostia!'

Camacho, siempre empapado de sudor, vuelve a desgañitarse

Escribió César Luis Menotti, campeón del mundo en 1978 con Argentina, que no era partidario de dar gritos a los jugadores desde el banquillo: creía que esas órdenes a voz en cuello les confundían más que otra cosa. Prefería esperar al descanso. O transmitir las intrucciones a través del capitán. Todo, menos desgañitarse desde la banda. Una teoría que comparte la mayoría de los entrenadores profesionales, habida cuenta, además, de las dificultades para hacerse oír en los grandes estadios repletos de público. Es repasar los técnicos de este Mundial y encontrar muchos casos de éstos. Sven Goran Eriksson, el seleccionador sueco de Inglaterra, es uno de ellos: puro hielo y elegancia.

El técnico español nunca se preocupa por la estética, y mucho menos ahora que se juega tanto
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Pero José Antonio Camacho, no. El técnico español, que hoy cumple 47 años, pertenece al reducido grupo de los que radian el partido desde la banda. Va corrigiendo cada acción de sus jugadores y pierde la voz en el intento. Descarga la adrenalina a través de la garganta. Sin importarle que sea un encuentro de juveniles del Madrid o de la Copa del Mundo. Es fiel a sí mismo. A lo que le pide el cuerpo.

Ayer, por ejemplo, lo fue de nuevo ayudado por la sonoridad proporcionada por la escasa asistencia al estadio de Jeonju: unos 24.000 espectadores. '¡Valerón, a la banda! ¡A la banda los balones, hostia!'. Señal inequívoca de que, en la primera parte, no le gustó al técnico el atasco del centro del campo español, su falta de salida por los laterales. El timbre agudo de Camacho pronunció con frecuencia el nombre de Valerón.

'¡Vamos, De Pedro; vamos!', animaba el entrenador. Y, efectivamente, fue De Pedro quien abrió desde el córner a la defensa paraguaya, aniquilada por el cabezazo de Morientes. '¡Claro!, ¡claro!', exclamó, satisfecho, Camacho, que derrochó entonces toda su gestualidad: 'Si ya os lo decía yo. Ésa es la manera de empatar', vino a decir con el cuerpo justo antes de recibir un topetazo chulesco con el torso de su ayudante, Pepe Carcelén.

Tras el empate, Camacho se relajó y dibujó su postura preferida: estiró los brazos hacia arriba y se agarró con las manos a la parte superior del banquillo. Como en el partido ante Eslovenia, Camacho se desprendió de la chaqueta y mostró una camisa azul y unas manchas de sudor en las axilas que medían casi un palmo. El seleccionador de Paraguay, el italiano Cesare Maldini, no se quitó la chaqueta. El español nunca fue un hombre preocupado por la estética, y mucho menos ahora que se juega tanto. El sudor le corría incluso por la espalda mientras le subía el pulso cada vez que Paraguay tenía una falta a su favor. '¡Nadal, atento al rechace!'.

El segundo gol de Morientes fue celebrado de nuevo con grandes aspavientos. La remontada estaba servida y Camacho quiso ajustar algunas posiciones. '¡Pippo, Baraja, un poco más por dentro!'. Éste había sido su cambio táctico en el descanso. La entrada de Helguera supuso una liberación para Baraja, más arropado en la contención. Por contra, hubo de desplazarse ligeramente hacia la derecha para cubrir el espacio que había dejado la marcha de Luis Enrique. Y eso ya no le gusta tanto al valencianista, que huye de las bandas como de la peste.

Tras el gol de Hierro, Camacho dio un descanso a sus cuerdas vocales. Recurrió al lenguaje no verbal. Levantó la palma derecha y le mostró a Valerón cuatro dedos primero y tres después. O sea: 'Hay cuatro centrocampistas paraguayos y nosotros sólo tenemos tres. Así que... ¡ayuda!'.

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