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Carta muda

Te diría, querido Carlos, que nuestra generación ha sido sin duda una de las más castigadas por sí misma. Definir generaciones siempre ha sido asunto borroso e inexacto, pero en aquellos días del Madrid de los ochenta puedo decir que encontré gente de mi misma edad que veía las cosas como yo, que pensaba de manera parecida. Ésa es la mejor definición que se me ocurre encontrar para la palabra generación.

Nos cruzamos en muchos escenarios pero hablamos poco, apenas algunas banalidades bien educadas. Eras cortés y tímido. Un día, en un camerino compartido, una breve escena me ofreció una pequeña clave de tu carácter. La escena -como muchas de los ochenta- no puede mencionarse sin lesionar a terceros, pero especular con ella sería vano puesto que, al fin y al cabo, se encuentra en todas y cada una de tus canciones.

Según la opinión de algunos, las canciones pop serían la poesía de nuestros días. Mientras no mejoremos nuestra caligrafía, me permito dudarlo. El artificio poético es mucho más complejo y no entrega sus secretos de una manera tan inmediata. Pero lo que sí es cierto es que a veces (raramente y de una manera sencilla y mágica) las canciones atrapan y condensan la expresión de un individuo sobre asuntos genéricos de los humanos con la misma fuerza poderosa que la poesía. Quien quiera comprobarlo no tiene más que recurrir a tres canciones tuyas de diferentes épocas: El hospital, Otra dimensión y la reveladora Cul de sac (en Impermeable, Elephant Records, 2001). Todas ellas, pensadas con tu inseparable Nacho Canut. Todas ellas, insistiendo en una opción estética -leve y melancólica- que podríamos rastrear en nuestro país a través de las décadas. Ahora ya sabemos que nadie de esa línea impondrá sus dramas minúsculos al mercado. La vida horrorizada es mucho más impopular que el falso optimismo.

¿Qué fuimos? ¿Músicos? ¿Poetas? ¿Escritores? Quizá aceptarás la palabra letrista. Es una palabra modesta y hermosa que define a los que pretenden atrapar al alma en letra. El alma quiere dejar de sufrir y pide analgésicos, pero cuando está bajo los efectos de la narcosis sabe que la vida está en otra parte. Y así debo decirlo.

Porque un día tuve la sensación de masticar una triste certeza: yo seré sustituido. Mi alma -eso es lo que pretendemos- quedará torpemente atrapada en letra. Nuestras congregaciones de recuerdos se desharán entre el viento y el humus. Comprendí entonces la monumental importancia de la transmisión para mi vida, para poder continuar poniendo un pie detrás de otro cada día, para no ser un muñón que sangra errante. Hola, hoja ocre de otoño. Me alegro de verte. Te entrego la red del texto y del lenguaje. No sé si mi captura habrá sido todo lo completa que esperaba. Mi voz será tu máscara.

Sabino Méndez es autor de Corre, rocker. Crónica personal de los ochenta (Espasa), y fue guitarrista y compositor de Loquillo y Los Trogloditas.

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