Arde Corea del Sur
El triunfo del equipo asiático sobre el polaco, el primero que consigue en seis participaciones en la Copa, desata la histeria colectiva en el país
Tuvo que aparecer Corea del Sur, uno de los anfitriones, para que el fútbol se expresara en toda su dimensión. En un país que hasta ayer amaba al béisbol por encima de cualquier deporte y en el que la asistencia media a la Liga de fútbol es de 3.000 espectadores, hubo fuegos artificiales. Un espectáculo febril que terminó con los héroes nacionales dando la vuelta olímpica al estadio y con las autoridades a pie de campo, saludando a los autores de la gesta en medio de la histeria colectiva. Una hazaña: Corea del Sur, la selección asiática con más participaciones mundialistas -es la sexta-, jamás había ganado un encuentro -cuatro empates y diez derrotas-, pero ayer batió (2-0) a Polonia. El país se tiró a la calle y las televisiones se engancharon durante horas a los confetis.
Por fin, fútbol en estado puro, con toda su orfebrería: un estadio soberbio, majestuoso y funcional, repleto; las tribunas sangradas con los colores rojos de los surcoreanos y sin seguidores de pega como en los otros encuentros, en los que la hospitalidad les lleva a repartirse entre los dos bandos. En Busan hubo amnistía: ningún ciudadano fue obligado a fingirse polaco.
En Corea del Sur se tiene como un deber aclamar a su selección. Pero ayer la victoria se antojaba más cercana que nunca desde el estreno, en 1954. Por ello todos suplicaban al holandés Guus Hiddink, un técnico valiente capaz de hacer jugar a su cuadro como al Ajax (3-4-3): 'Que nuestro sueño se haga realidad'. La pancarta estaba en uno de los fondos, el que ocupaban los líderes de los diablos rojos, una legión de heavys seguidores que se han convertido en un fenómeno social: 60.000 afiliados en toda la nación y que sólo se juntan cuando juega Corea. No han dejado rastros violentos y su canción de combate, Ariarang, se repite más que Operación triunfo. Tienen un remedio para la derrota: 'Si perdemos, a beber; tristes, pero beberemos'. Si vencen, obvio, también.
Los 48.760 espectadores no se tomaron un respiro. Gritaron, gritaron y gritaron. Por todo: por un córner a favor, por un robo de la pelota, por un cambio, por un saque de banda, por el inicio de un contraataque a 50 metros de la portería rival... Hasta cuando el cuarto árbitro mostró el tiempo de prolongación se alborotaron. Para el contrario, abucheos. Ni 30 segundos sin una arenga cantada al ritmo de banda de los diablos. Y con los goles, la marabunta. Rayos y truenos. Un espectáculo formidable. Una efervescencia que admite pocas comparaciones; por decibelios, ninguna. Y a un alto precio: 106 euros de media.
A las puertas, la marea roja inundaba las calles desde cuatro horas antes. Felices por cada gol que Bélgica marcaba a Japón, todos llegaban con la cara pintada con los colores de la bandera y el rojo de la selección. Algunos, incluso con el rostro camuflado por las pinturas, algo prohibido, pero ayer se hizo la vista un poco más gorda. Y la mayoría, con una toalla, un emblema del equipo. Era lo único barato: unos cuatro euros.
Lejos de cruzarse una mirada retadora con unos cuantos animosos polacos, los surcoreanos aprovechaban para hacerles fotos, sobre todo a uno disfrazado de Juan Pablo II. La camiseta más vestida era la de Hwang Sun-Hong. Bingo: anotó el primer gol. A sus 34 años, afronta su cuarto Mundial y siempre había sido derrotado. Pero desde ayer es un héroe nacional. Como Hiddink, también llamado ahora He Thinks (Él Piensa), aunque hace unos meses, cuando perdió varios partidos, se le llamaba He Stinks (Él Huele Mal).
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