Las auditorías españolas, a examen

El Gobierno ha anunciado su intención de reformar la ley de auditoría de 1988 durante la tramitación parlamentaria de la ley financiera. Un libro como éste es un punto de partida perfecto para entender la esencia de esta actividad antes de esta propuesta y de que los casos Enron y Gescartera minaran la credibilidad del sector.

La razón de ser de la auditoría es informar sobre el estado de unas determinadas cuentas. De ahí que Yubero se empeñe en destripar los informes de auditoría de las empresas españolas para ver si la información que éstos transmiten a los inversores es de calidad. El meollo del trabajo, recogido en apenas una cincuentena de páginas, es el análisis de más de 2.000 de estos informes de sociedades que cotizan en la Bolsa española, excluidas las multinacionales, entre 1993 y 2000. Y, sobre todo, las excepciones (salvedades) que éstos recogen.

El auditor no se limita a dar una opinión favorable o desfavorable sobre las cuentas, sino que también puede denegar la opinión, o incluir algunas limitaciones a su visto bueno. A esta última posibilidad, que se traduce en los párrafos de salvedades, recurren los auditores cuando no lo ven claro: bien porque existan incertidumbres que afecten a las cuentas -como ha hecho Andersen en el caso de Repsol YPF por la crisis argentina-; porque no haya podido hacer alguna de las comprobaciones necesarias -limitación del alcance- o, la más común, por errores o incumplimientos de las normas de contabilidad.

La primera conclusión es clara: el número de auditorías limpias, y que por tanto cumplen con su objetivo, ha crecido en el periodo analizado desde el 66,3% hasta el 85,8%; las denegadas y las desfavorables han ido descendiendo hasta desaparecer; y las que presentan salvedades también van a la baja, si bien en 2000 aún suponían el 14,2%.

Entre las auditorías que presentan salvedades, la causa más común ha variado con los años. Si en 1996, el 49,7% estaba relacionada con incertidumbres -la mayoría relacionadas con contingencias fiscales o litigios pendientes-, en 2000 la mitad tenían que ver con errores de contabilidad, la más numerosa la falta de correlación de ingresos y gastos.

Otras informaciones consideradas relevantes por la autora son la fecha en la que se firma la auditoría, si ésta se comparte con algún otro auditor, el párrafo de énfasis, relacionado con aspectos que los auditores quieren subrayar, y el que hace referencia a la gestión, que se ha convertido en un mero trámite para muchos auditores.

La obra se completa con un repaso a casi todos los aspectos que afectan a la actividad: definiciones básicas y desarrollo histórico; regulación, en España y la Unión Europea; organización profesional y un análisis exhaustivo del informe de auditoría.

Con todos los datos en la mano -el libro está sembrado de cuadros-, la autora concluye que el informe de auditoría debe ser mejorado, que se debe exigir mayor claridad en su redacción y sobre todo ser más prospectivo, porque aunque nadie puede exigir a un auditor que se convierta en un visionario, en un futurólogo capaz de predecir lo que va a pasar con una empresa, ésta es una información que cada vez más inversores demandan.