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Crítica:EL POETA EN SU JAULA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

¡Las altas alegrías!

Dice Germán Arciniegas en El lenguaje de las tejas (América Ladina; México, FCE, 1993) que precisamente 'la teja, para el español, marca la línea divisoria entre lo humano y lo divino, la frontera hasta donde llegan, de un lado sus afanes y desvelos y del otro la trémula marea del infinito con sus ondas de un azul transparente; para hablar de lo terreno y mundano, dice: de tejas para abajo; y para referirse al orden sobrenatural: de tejas para arriba' Allí hacen nido los pájaros, encierran la clave futura de su destino entre el barro que el tiempo puebla de azules ruedas de líquenes. Sólo hay otro espacio donde ese carácter logra mejor precisión: en el discurrir de la letra y la escritura, en la perseguida sintaxis del poema.

EL PÁJARO ENJAULADO

Francisco Pino.

Azul. Valladolid, 2002 80 páginas. 18 euros

CLARO DECIR

Francisco Pino.

Lumen. Barcelona, 2002 126 páginas. 12 euros

Más información
'El poeta espera, su lugar es la esquina, como las prostitutas'

Francisco Pino hace surgir de esa intensa circulación el deseo de salvación y esperanza que, haz y envés de la alegría, definen el vuelo de dos libros anteriores: Tejas: lugar de Dios. Obertura (la dilatación verbal, un despliegue de plumas escribiendo sus versos) y Tejas: lugar de Dios. Poema (la contracción, la asimilación plástica de otros lenguajes, su fusión, la comunión con la totalidad). Trinos, tejas y Dios eran los pilares de un poema trinitario y jubiloso, de cuyos protagonistas, los pájaros, uno de nuevo es la razón poética de El pájaro enjaulado, un libro de exquisitez deseosa donde lo gráfico, lo visual y lo sonoro dan cuenta de ese canto repetido. Como en un alero, desde las rejas de una jaula, su canto corta la letra del poema asiendo la honda humanidad del más acá frente al abandono del tiempo volador.

Así este Poema en treinta y dos cantos y una poetura del lorito en su jaula: el pájaro ahí, enjaulado, que si no vuela, 'canta, canta, canta, canta'. De tejas arriba y de tejas abajo, como punto medio y fiel, la distracción de ese canto: 'El verbo va a por agua. Se conjuga'. Y de esa conjugación surge un poema que es hilo y eco de su voz, signo revelado, fantasía salvadora. El pájaro y el poema son el canto breve que proyecta esa esperanza. Se abandona entonces la viva sintaxis admirativa que exclama, canto tras canto, la infelicidad del vuelo raptado porque, finalmente, su trino es el paraíso, y allí permanece 'feliz el pájaro en la jaula'. Así la escritura sueña que canta, y no es más que lo que es: 'Cataratas de dulcedumbre', fulgor transformado, creación, presagio de totalidad.

Fruto del presagio, 'a la tierra desciende otro lenguaje', como ya anunciara en Versos religiosos (1954); surge así de nuevo el signo revelado y el sentido de la escritura transformada de Claro decir, el último y jubiloso libro de un Francisco Pino sujeto y enredado en las cercanas lejanías de la muerte: véase el oficiante Himno a la vejez que cierra el libro, donde se vela y celebra una vejez que es infancia, niñez y juventud, y que al tiempo que cierra una puerta la abre 'como pétalos que caen en donde no hay', para que los acompañantes lectores encuentren lo que entonces hay, e impelidos por el propio poema, exclamen con exultante decisión un '¡qué florezca!' en la admiración de ese decir y de su canto.

Un libro también trinitario en

los tres desarrollos (Decir, Nuevo decir y Último decir) que integran el paisaje real y actual en el que hoy vive el poeta, y en el que sale al paso de todo lo que le rodea y le es dado, y donde todo encuentra acomodo en una poesía que es testimonio del mundo, manifestación de la verdad de la existencia. Cercana la muerte y su último decir, Pino sigue cautivo de su canto, rendido al peso de la vida que urde los hilos de un poema adversario de sí mismo, despierto a su gravedad y a sus limitaciones, al amor ido, presente y recuperado. Se nace para morir, pero aun así, consciente de lo efímero, permanecen 'iIgual en la gana, / vejez y niñez. / Se canta el hosanna'.

Poesía dentro de la vida, y como el propio poeta reconoce al hablar de César Vallejo, poesía que 'permanece en sus aúnes', en su esperanza: 'Juégate a oros los egos', entre el decir y el no decir, escribiendo sobre lo ya escrito, siendo eco de sí mismo. Un futuro de antaños y de entrañas, de estruendos y murmullos, que no dice adiós a nada. Es la libertad de lo fugaz, una fugacidad que es todo para el poeta, la razón de ser, la dicha, la salvación del 'hosanna', que no es sino exclamación de júbilo, himno y canto entre los ramos. Una lucidez que pide un lector admirado, pues él es su final y su lección: '¡Oh mi lector, mi lírico sepulcro! / ¡Árbol de vida!'.

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