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LA HORMA DE MI SOMBRERO
Columna
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Himnos

Leo en La Vanguardia (19 de mayo) que el presidente del Gobierno, José María Aznar, puede haber encargado a un grupo de escritores y poetas, amigos personales del presidente y afines a su política, que elabore una letra para el himno nacional. Ni corto ni perezoso, el periódico catalán se apresura a solicitar la opinión de un grupo de intelectuales sobre el asunto. Entre los nueve personajes consultados, la mayoría, por no decir la totalidad, viene a coincidir con las palabras de Rafael Sánchez Ferlosio: 'Mejor que se quede en marcha militar, porque los himnos son poco recomendables por ser demasiado pedagógicos. Ahí está La marsellesa, que acertó a usar la primera persona del plural y convirtió a la gente en carne de cañón'.

Coincido plenamente con el ilustre escritor: los himnos son demasiado pedagógicos, y más todavía cuando te los hacen aprender y cantar por obligación, a fuerza de tortas; en cuanto a La marsellesa, es cierto que en un determinado momento 'convirtió a la gente en carne de cañón', pero no puedo evitar que me siga gustando, como me sigue gustando La internacional, en lo que coincido con mi amigo el poeta Ángel González, otro de los nueve intelectuales consultados.

En el colegio (jesuitas de Sarrià) aprendí a cantar el himno español, es decir, la marcha militar, la 'marcha real', que todavía hoy conocemos, con letra de José María Pemán: 'Arriba España, alzad los brazos hijos del pueblo español, que vuelve a resurgir... Gloria a la patria que supo seguir sobre el azul del mar el caminar del sol'. Lo aprendí contra mi voluntad, a fuerza de tortas, más morales que otra cosa, aunque también hubo alguna física.

Me cargaba el himno de Pemán como me cargaba el personaje (un día, mi padre me llevó a almorzar con él en el restaurante Finisterre, y Pemán pidió sopa de cocido y canalones. 'Es que en casa nunca me los sirven', dijo Pemán a modo de excusa. Y yo pensé que si el autor de El divino impaciente no podía almorzar en su casa lo que le viniese en gana, es que era un pobre desgraciado). Pemán me resultaba antipático y sobre todo cursi: 'Como una flor en el aire, / como un vaso de cristal, / soy español por alférez / y más... por provisional'. Siempre me cargó el personaje, sobre todo al ser condecorado por el Rey con el gran collar del Toisón de Oro, al tiempo que, en este periódico, Fernando Quiñones resaltaba 'el liberalismo verdaderamente hormonal (sic) y la bonhomía del requerido' (citado por Alberto Reig Tapia en Memoria de la guerra civil. Los mitos de la tribu, Alianza Editorial, Madrid, 1999).

El himno del inquisidor Pemán (a él le encargó Franco la depuración de los maestros, profesores y catedráticos de la España republicana y vencida) me fastidiaba porque, de hecho, yo ya tenía mi himno. Y ese himno, como ya pueden figurarse, no era ni Els segadors, ni el himno del Barça, en el caso de que lo hubiese por aquellos años de mi adolescencia: mi himno era La marsellesa.

Nadie me lo había enseñado, nadie me había obligado a cantarlo. Lo había aprendido de niño, escuchándolo cantar a los mayores (en Francia, claro está). Cuando lo aprendí no sabía que los poilus -la 'carne de cañón' de que habla Sánchez Ferlosio- lo coreaban cuando salían acojonados de las trincheras, con la bayoneta calada, en la gran ofensiva de 1915. Como no sabía que la Restauración lo había proscrito y que, sin embargo, triunfaría en Bélgica, en Polonia y en casi toda Europa, en 1830, como himno revolucionario. Para mí, La marsellesa era un canto guerrero del ejército del Rin. El himno del capitán de ingenieros Joseph Rouget de Lisle, que en el mes de julio de 1792 los federados de Montpellier regalan, por así decir, a sus correligionarios de Marsella, que lo cantarán el 10 de agosto durante el asalto a las Tullerías, símbolo de la realeza.

Para mí, desde un buen principio, La marsellesa fue un canto revolucionario. Patriótico, no nacionalista, de un pueblo en armas, en defensa de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad. ¿Que no todo es trigo limpio en La marsellesa? ¿Que esa alusión a la 'sangre impura' del enemigo resulta molesta al oído? No lo pongo en duda, pero no por ello lo cambiaría por otro; entre otras razones porque resulta casi imposible hacer un himno a gusto de todos y, sobre todo, porque, como bien dicen los nueve intelectuales consultados por La Vanguardia, a estas alturas resulta absurdo encargar himnos.

Me quedo con La marsellesa -como otros se quedan con Els segadors o el Cara al sol- porque es mi himno, porque pertenece a mi memoria, personal y colectiva. Presumo que mi Marsellesa, revolucionaria, libertaria, igualitaria y fraternal, es la misma que la del poeta Ángel González, pero ya no estoy tan seguro de que sea la de Chirac, ofendido ante los silbidos con que la recibieron los corsos en un reciente partido de fútbol. A mí no me molesta que silben mi himno; lo que me molesta es no saber, no comprender por qué lo silban (en el caso de que haya una explicación). Tampoco estoy seguro de que mi Marsellesa sea la de Le Pen y su gente. Y cuando veo a Le Pen y a su gente cantarla ante el silencio de la 'izquierda plural', reacia a corear aquel himno 'reaccionario', 'nacionalista', 'sanguinario' y 'de derechas', siempre me acuerdo de lo que decía Duclos, el comunista Duclos, en 1935: 'Ne laissons pas aux fascistes le chant des soldats de la Convention!'.

Si José María Aznar desea un himno para nuestra marcha real, que lo encargue. Hará el ridículo. Nadie se lo aprenderá (hoy las tortas en los colegios son algo políticamente incorrecto). Ahora bien, si se empecina en ello -y el presidente parece un tipo la mar de tozudo-, más que encargarlo a sus amigos poetas, yo le sugeriría que convocase un concurso nacional que, a lo largo de un año, día tras día, se pudiese visionar en la televisión pública, en un horario de máxima audiencia. Músicos, letristas, conjuntos, cantantes de todo tipo, combatiendo por imponer un himno nacional, a través de una magna y patriótica, españolísima, Operación Triunfo.

Dice Félix de Azúa que 'los únicos himnos que transmiten valores para la inmensa mayoría de la población son los de los clubes de fútbol'. Y el Europe's living a celebration de los cojones, digo yo. Después de la humillación de Tallin, le oí decir a una mujer en el súper: 'Antes, Europa no nos quería por culpa de Franco; ahora, simplemente no nos quiere'. ¡Arriba España!

P. S. Mi buen amigo Joan Sardà Llavina, que lo sabe todo sobre Ovidi Montllor, me hace saber que metí la pata en mi anterior Horma sobre el cantante: Ovidi no nació el 3 de marzo: nació el 2 de febrero. Así que cumplió 60 años el pasado 2 de febrero, ocasión que aprovechó el Canal 33 para rendirle un pequeño homenaje. Pido disculpas.

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