"Te has ido tú antes, Laszy"
Leí una vez una frase que decía: nadie muere mientras no se le olvida. Y eso me reconforta, porque sé que Kubala seguirá en mi pensamiento y en el de muchas personas a lo largo de los años. Sí, es cierto, se ha marchado. Pero morir no morirá nunca. Los recuerdos del pasado se hacen ahora más lúcidos que nunca. No olvidaré el día que le vi por primera vez en Sarrià, ni el momento en que llegó al Barcelona; sus primeros pasos en nuestro equipo, las veces que comió y durmió en mi casa y la sincera amistad que nació entre nosotros y que permaneció el resto de nuestras vidas.
Era un hombre fuerte, excesivo a veces y lleno de contradicciones. Fue un niño que se hizo mayor, que precisó de protección por su timidez, por su excesiva generosidad, por su brutalidad en ocasiones. Pero todo lo bueno de él surgía de pronto cuando alguien le ponía un balón en los pies. Entonces se le veía feliz. Parecía un niño al que le acababan de dar un caramelo. Y comenzaba a jugar, a hacer cosas que los demás no podíamos ni imaginar. A sus pies, el balón comenzaba a coger efectos especiales, pegaba por dentro y por fuera, sorprendía al portero cuando lanzaba las faltas con parábolas desconocidas hasta entonces.
Cuando estaba en el campo, a todos los jugadores nos daba la impresión de que no podíamos perder. Era un auténtico líder. Dominaba el juego y la técnica y eso le daba un ascendente sobre los demás. Creaba un ambiente de optimismo y ganador porque sabíamos que en cualquier momento podía plantarse ante el portero y marcar un gol. Era rapidísimo. Aunque pesaba 78 u 80 kilos, nadie en el club le superaba en velocidad. Sólo Manchón, pequeño y ágil, le vencía en los 25 metros. Pero a partir de ahí era intratable. Transformó e inventó el fútbol. Nos enseñó muchas cosas. Sólo con verle entrenarse y jugar ya aprendíamos.
A veces, al final del entrenamiento, me decía: 'Gitano [así me llamaba], quédate un rato conmigo'. Él seguía entrenándose, pero a mí eso no me gustaba. Y luego proseguía por las tardes en el césped de su casa, tocando el balón tres o cuatro horas más. No sabía hacer nada más. Era su vida. Salía siempre en defensa de sus compañeros. Si alguien abusaba de Moreno, un interior zurdo de poca estatura que jugaba con nosotros, Kubala amenazaba al defensa. Pero, sin el balón de por medio, sólo una vez agredió a un rival.
Sin embargo, se convertía en una persona muy peligrosa cuando alguien le provocaba a él o a alguno de sus compañeros. Salíamos los dos muchas veces con César, un hermano para mí, y a los tres nos gustaba la vida nocturna. Éramos guerreros. Y Kubala resultaba duro y sangriento en las peleas. Había sido boxeador de pequeño, en Hungría, y lo dejó porque tenía los brazos demasiado cortos para su peso. Recuerdo que una noche estábamos con Paco Rabal y cuando él y yo nos levantamos Kubala ya había tumbado a tres personas. Daba miedo.
Se ha comentado muchas veces que bebía mucho y que jugó partidos sin haber dormido. Y es verdad, aunque lo hizo en contadas ocasiones. Bebía porque comía mucho. Pero lo quemaba todo en los entrenamientos. A veces, cuando no llegaba a una sesión, Samitier me decía: '¿Dónde está Olegario?'. Iba a buscarle. Sabía dónde encontrarle. Y entonces era el más sacrificado. No se le notaba nada porque físicamente era un superdotado.
Su mayor contradicción era que, pese a su fortaleza física, se convertía en un ser muy vulnerable cuando topaba con personas necesitadas o con seres desgraciados. Tal vez porque él pasó una infancia muy dura y difícil, entonces lo daba todo. A veces tuvimos que ir tras él para recuperar objetos íntimos, como algún reloj y otras joyas. Una vez se encontró a una familia durmiendo en la calle. Les llevó a una pensión y les pagó tres días de estancia completa. Sabía lo que era la miseria.
En los últimos años ya no estaba muy fino. El Alzheimer se estaba apoderando de él y agudizó su carácter infantil. Pero entonces se mostraba mucho más inofensivo. Tenía miedo de todo. La última vez que le vi fue cuando estaba ingresado ya en el hospital. Gaspart vino a buscarme y me llevó, casi a hurtadillas, a su lado. Él ni siquiera me reconoció. Le di un beso y me despedí. Recordé que en nuestras salidas nocturnas, frente a dos copas, solíamos apostar. 'Tú te morirás primero, gitano', me decía, 'porque yo estoy más fuerte'.
Te has ido tú antes, Laszy. El whisky lo pago yo.
Gustavo Biosca fue jugador del Barcelona e íntimo amigo de Ladislao Kubala.
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