Ballack ya ejerce de estrella
El arrogante jugador alemán se despide del Bayer Leverkusen en el partido más importante de su vida
'¡Herr Ballack, herr Ballack!'. Un aficionado de unos 45 años le solicita un autógrafo a la gran figura del Bayer Leverkusen, pero a él, hoy, no le apetece. Tiene prisa. Monta en su Mercedes deportivo y pica espuelas a toda velocidad. El hincha, decepcionado, se queda con la foto del ídolo en la mano. Esta escena se produjo el miércoles pasado en Leverkusen. Michael Ballack no es la única estrella del Bayer, pero sí la que se comporta eventualmente como tal. Tipo fornido, moreno, de ojos hundidos y nariz ancha, Ballack, de 25 años, no puede desprenderse de transmitir cierta arrogancia, tanto dentro como fuera del campo. Este año tiene motivos para sentirse orgulloso de su juego. Por fin ha encauzado su enorme talento. Mide 1,89, corre con gran fortaleza, es un especialista en los lanzamientos de faltas, cabecea bien y golpea poderosamente el balón con ambos pies. Las comparaciones con el mítico Franz Beckenbauer son inevitables. De momento, ya es considerado de largo el mejor futbolista alemán. En la Bundesliga ha marcado 17 goles; en la Liga de Campeones, seis. No está mal para un centrocampista que, además, trabaja mucho en tareas defensivas.
Procedente de Chemnitz, en la extinta República Democrática Alemana, Ballack entró por primera vez en un vestuario de fútbol en el Motor Karl Marx Stadt, desde donde atrajo, a los 14 años, la atención de los ojeadores del Kaiserlautern. Descolló mucho desde pequeño, actuando al principio de lateral derecho, pero sus malas relaciones con el técnico, Otto Rehhagel, que quería meterlo en cintura con mano dura, frenaron su progresión. No había sitio en el Kaiserlautern para un futbolista de este calibre y el Bayer Leverkusen, cuya red de cazatalentos es una de las más prestigiosas de Alemania, pagó por él 4,8 millones de euros. Ahora ya lo ha traspasado por casi el triple (12.9) al poderoso Bayern de Múnich, aunque, bien mirado, es un precio bastante bajo para un futbolista de tan altos vuelos. Esta noche, por tanto, Ballack disputa su último partido con el club en el que ha alcanzado la élite internacional. Y lo hará midiéndose en el centro del campo nada menos que a Zidane. ¿Una despedida especial? 'No quiero cargar al chico con una presión extra; que juegue como sabe, que es mucho', dijo ayer el entrenador del Leverkusen, Toppmöller, el principal responsable de que Ballack haya expuesto al mundo toda su clase. El hombre que convirtió a un muchacho con cualidades, pero con problemas anímicos, en un futbolista de peso.
Entre otras cosas, porque sus comienzos en el club de la aspirina tampoco fueron fáciles. Nada más aterrizar en Leverkusen, lo primero que hizo fue enfundarse la camiseta con el número 13. Se trataba de un guiño a la hinchada: luciría el mismo dorsal del gran Rudi Völler, actual seleccionador alemán. Además, el técnico, Christophe Daum, le daría la manija de equipo. Todo iba sobre ruedas. Pero... le pilló demasiado joven, sin madurar, y le superaron las expectativas. Sobre todo después de que un gol suyo en propia puerta, en la última jornada de Liga ante el modesto Unterhaching, el 20 de mayo de 2000, privara del ansiado título liguero al Leverkusen y se lo diera al gran rival, el Bayern.
Ballack acusó el golpe en la siguiente temporada y, tras las erráticas órdenes del ex seleccionador alemán Berti Vogts, tuvo la suerte de que aterrizara Toppmöller enel Bayer. Adquirió confianza en sí mismo y la trasladó a la selección, donde hasta la pasada temporada tampoco había demostrado nada: se arrugaba en los grandes momentos (en la pasada Eurocopa de Bélgica y Holanda, sólo disputó 63 minutos). Pero ahora sí, sus excelentes actuaciones frente a Ucrania han permitido al combinado de su admirado Völler clasificarse a última hora para el Mundial. Y allí se espera a Ballack como una de las grandes referencias.
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