_
_
_
_
_
DON DE GENTES
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Payasa sin fronteras

Elvira Lindo

YO DE NIÑA FUI MUY LISTA, aunque mis hermanos lo nieguen (ay, envidiejas fraternales), pero crecí, y lo que puede estropear el desarrollo hormonal, oyes: me hice una joven tontísima. Entendámonos, no del tipo de tontería de los jóvenes relimpios que saca Pedro Ruiz en su intenso programa, que parece que va a reclutarlos a la calle Génova; no, yo tiraba más a la tontería populista: en resumen, yo era bastante cateta. Hoy los catetos ya no son los que vienen del pueblo, está prohibido por la Constitución Española; ahora los que vienen del pueblo se llaman vernáculos y los catetos sólo pueden ser de Madrid, dado que eso no sólo no ofende a nadie, sino que gusta al resto de las comunidades de este país nuestro. Pero no entremos en politiqueos (ya como que paso), lo que quería decir es que servidora in illo tempore era una cateta de Moratalaz. También hay catetos en el barrio de Salamanca, conste, esos catetos rancios que los fines de semana se visten de verde caqui y hacen como que van de caza con el sombrerillo de pluma tirolesa y que dan vergüenza, pero aquí estamos para tirar piedras contra mi propio tejado: a mí la catetez me duró muchos años, como lo siento lo digo, y aún hoy, todavía coletea.

Ocurrió en los tiempos en que yo era una supracateta populista que Tita Cervera casóse con su barón. A mí eso me interesaba bien poco, porque, para una supracateta populista, dichos temas estaban prohibidos. Pero pasó el tiempo y ocurrió lo que todos sabemos, que el barón, animado por Tita, comenzó las negociaciones para que su colección pictórica se quedara en España. Eso sí que me interesó, porque las supracatetas populistas estábamos francamente interesadas en la cultura, pero, claro, sólo en la cultura popular, que considerábamos que siempre debía ser gratis (queríamos que el Museo del Prado nos saliera gratis para gastarnos luego los dineros en cañas, que como no es cultura, sino vicio, pensábamos que tenía que salir del propio bolsillo). Teníamos nuestra moral, y lo de Tita y sus cuadros nos parecía una cosa carísima y que se salía del presupuesto. Todavía me recuerdo razonándolo con una caña en la mano en otro museo (del Jamón). Y en esto llegó mi santo. Fue como una revelación, como cuando la Virgen de Fátima se apareció a los tres pastorcillos, pues igual. Mi santo me reveló su rendida admiración por Tita: 'Ahí donde la ves, Tita es la mujer que más ha hecho por la cultura en España en los últimos nosecuántos años, y ese dinero no es nada al lado de lo que vale la colección, y yo beso por donde Tita pasa'. Si yo hubiera sido fiel a mis ideas, me habría dado la vuelta y le habría dicho a mi santo revelador: 'Ahí te quedas con tu discurso burgués', pero si tengo una cosa buena, como lo siento lo digo, es que nunca he sido fiel a mis ideas, y desde ese momento decidí dejar de ser una supracateta populista para llegar a ser esta mujer abierta a la que ustedes idolatran (o detestan, a qué negarlo).

Para llegar al glamour en España, hay que andar muchísimo, porque tenemos un gran déficit. El otro día vi el glamour por televisión. Lo vi. Era Francisco Nieva. No podía estar más elegante. Llevaba una camisa a rayas maravillosa y una americana oscura elegantísima; iba descorbatado y se movía con la comodidad de quien va en pijama. Contaba cosas de su vida, y eran tan alucinantes que hasta el presentador (el tremendo Calleja) parecía estar a punto de sentarse en el suelo como un niño para escuchar a uno de nuestros escasos artistas cosmopolitas. Yo ya me he zampado sus memorias, Las cosas como fueron. Aquí donde me ven, leo bastante, aunque, por lo que sea, no sé, por una tara fisiológica, no se me nota como a otros. No me aprovecha.

Dicen que hay gente que se le ha enfadado a Nieva porque se ha puesto sincero. Esas cosas sólo pueden decirse en España, un país donde el glamour queda tan lejos: ¿pero cómo coño quieren que se ponga uno escribiendo sus memorias sino sincero? Me encanta ese momento en que el niño Nieva, mamón hasta los cuatro años, va con sus padres en el tren y, metiéndose en la conversación que sus papás mantenían con otros pasajeros sobre repostería, Nievecita dice: 'A mí lo que me gusta es la tetilla'. Su padre, ante las miradas atónitas de los viajeros, dice: 'Que dice que le gusta la tortilla'. Pues de ahí, de la tetilla manchega hasta Peggy Guggenheim en Venecia o Tennessee Williams en Nueva York, pasando por la España áspera de la transición, Nieva nos cuenta la historia del mundo y dice cosas sabias como: 'Hacemos a muchas personas felices fracasando', que es lo que decía Mihura, pero de otra manera. Eso mismo le dije a mi amiga González-Sinde, que, siendo una reconocida guionista, ha estrenado con su coautor Alberto Marcías una comedia teatral, Cuernos, y encima la obra es graciosa y va el público y se ríe y dentro de poco las cuatro actrices de Cuernos se van a representarla a Barcelona. Le dije: 'Angelines, guapa, invéntate un fracaso, porque tus compañeros lo están deseando'. No sabe la gente que tanto Sinde como servidora somos mujeres atormentadas y, bajo estas bobadas que escribimos del jijí jajá, hay dos mujeres que sufren como la que más. ¿Se acuerdan ustedes de ese payaso horrible con una lágrima que pintábamos en el colegio y que le regalábamos a nuestra pobre madre para el Día de la Ídem? Pues eso somos, payasas sin fronteras. Si me oyera mi amigo el profesor japonés Norio Shimizu, diría: 'Menudo cachondeo'.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_