El 'punk' es para protestar
Extrapolando la doctrina de Nietzsche, que no tocaba en ningún grupo, pero hubiera sido un punki realmente fantástico frente a lo apolíneo, representado por el pop convencional confeccionado a base de mercadotecnia y, en ese extremo, por el fenómeno Operación Triunfo, ha de estar siempre lo dionisíaco, representado por grupos como Bad Religion, por citar un ejemplo cercano.
Frente a la perfección de formas, de músicas, de actitudes, de intenciones, se contrapone un reverso tenebroso, pero necesario, para que la tragedia reviva una vez más y para siempre. Mucho más trágico sería que vencieran de modo definitivo una u otra postura. Porque, si bien duro se vería un futuro con grupos punki como plato único, no menos terrible sería ajustarse de por vida a la dieta de Rosa, Bisbal y compañía. En este sentido fue muy válido y necesario comprobar anteanoche que la vida musical de estos irredentos californianos no pierde interés, ni vigencia, y que sus eléctricas melodías siguen saltando nítidas desde el poderío de sus guitarras tocadas a toda velocidad.
Bad Religion
Sala La Riviera. 20 euros. Madrid, 2 de mayo.
La banda liderada por el vocalista Gregg Graffin, pero sin su guitarrista original, Brett Gurewitz, ofreció apenas hora y media de actuación descargando la friolera de veintiocho canciones, en las que brilló sobremanera la vieja fórmula de tocar melodías pop con la rabia de los que tienen poca esperanza de que el mundo cambie para bien.
Su decimotercero y nuevo elepé, The process of Belief, así como la imponente ejecución de sus clásicos éxitos -Surfer, Sorrow, Fuck Armaggedon o American Jesus- encendieron a un respetable que agradeció con vítores, aplausos y cantando las letras de la mayor parte de los temas, la actuación de estos veteranos y honestos músicos cuyo mensaje encuentra eco en muchos fans y admiradores, que tampoco están de acuerdo con el orden actual de las cosas. Para eso se inventó el punk: para protestar.
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