Orquídeas rotas
Britten ha vuelto a fascinar. Un año después del aplazamiento de La violación de Lucrecia, la temprana ópera de cámara del compositor inglés ha conquistado el corazón de los espectadores líricos sevillanos, al igual que la temporada pasada Britten renovó el idilio de los barceloneses gracias a Billy Budd y Gloriana, mientras mantiene un lugar de honor en la estimación de los madrileños con el recuerdo cercano de Peter Grimes y Una vuelta de tuerca. En Sevilla, no obstante, la apuesta era más difícil, pues La violación de Lucrecia es la más sobria y secreta de todas las óperas citadas. Nadie lo diría después del clamoroso éxito obtenido, un éxito que no se debe solamente al hechizo de una música ecléctica bien construida, comunicativa e inimitable, sino también a la condición de espectáculo total de la representación, con unos sugerentes valores escénicos perfectamente complementarios e integrados en el tejido musical. Eso, y el público sevillano: receptivo, abierto, curioso, espontáneo.
La violación de Lucrecia
De Benjamín Britten. Orquesta Ciudad de Granada. Director musical: Jonathan Webb. Director de escena: Daniele Abbado. Producción del teatro Carlo Felice de Génova, 1999. Teatro de la Maestranza. Sevilla, 30 de abril.
Los 13 instrumentistas de la Orquesta Ciudad de Granada estuvieron, sencillamente, extraordinarios. Tenían delante una batuta, la de Jonathan Webb, de enorme competencia: gesto claro, sonido nítido, tensión dramática como factor esencial. En el cuadro de solistas destacó la voz incisiva y el sentido musical de Ruth Rosique como Lucía, el lirismo de la contralto Annie Vavrille como Lucrecia, y los timbres y estilos muy 'a lo inglés' de Susan Bullock, Simon Robers y Anne Marie Owens, esta última desde el foso, doblando a Gabriella Sborgi, que se quedó sin voz a última hora y únicamente pudo desarrollar su faceta teatral desde el escenario.
Daniele Abbado, hijo mayor del gran Claudio Abbado, dirigió teatralmente desde la contención, organizando el ritual escénico con atención prioritaria a que la historia de Lucrecia fuese algo más que una anécdota puntual, ampliando, con un sistema ágil de proyecciones multimedia, el alcance de lo inmediato de la historia a todas las guerras, todas las violencias, todas las violaciones de libertades, todas las épocas. La escena ilustraba con humildad y abundancia de ideas lo definido por la música. Hubo recogimiento, reflexión, poesía e invención, en líneas generales.
Fue una gran noche de ópera la que cerró la temporada del Maestranza sevillano, como corroboró con entusiasmo el público asistente. Lucrecia sustituyó las orquídeas rotas por la tragedia de la historia por geranios, claveles, buganvillas y, cómo no, el azahar de los naranjos. Sevilla ha correspondido con generosidad al descubrimiento de Britten.
Babelia
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