Descaro clónico
Estudio de actores, estrenado el domingo en Antena 3, repite un esquema descaradamente idéntico al de Operación Triunfo. Mismo número de aspirantes (16), un presentador entusiasta (Juan Ramón Lucas), público entregado, premios (participación en teleseries y películas, becas en la New York Film Academy), padrinos de lujo (Antonio Banderas, Woody Allen), televotaciones, un casting multitudinario, un director catalán (Ricard Reguant) y un plató menos moderno y más feo que el de OT. El perfil de los concursantes, en cambio, varía un poco. Éstos fingen mejor sus emociones y, al ser actores, tienen menos sentido del ridículo. En su noche de estreno, el programa acusó la proximidad en el tiempo del modelo en el que se inspira. Es difícil sorprender con una imitación, por correcta que sea, de algo que todavía está siendo explotado. A uno de los concursantes (Iván) le falló el micrófono sin que todos estos medios de los que presumía Lucas pudieran evitarlo. Fue un mal presagio. Era la primera entrevista del programa y puede tomarse como una de esas tan cacareadas cosas del directo, pero parece mentira que nadie se diera cuenta.
El presentador toreó las situaciones con esa profesionalidad que le ha permitido saltar de informativos a un magacín de mañana, luego a una tertulia sobre Confianza ciega y ahora a EDA. Lucas nunca deslumbra pero siempre cumple, y eso le sirve para, abusando de los tópicos, afianzar su perfil polivalente, educado, algo que las cadenas necesitan para sacar adelante sorteos, galas de entrega y maratones. La presentación de los concursantes, sin embargo, pecó de sosa y se hizo larga. Ocurre como con los teleconvictos de Gran Hermano, que no empiezan a dar de sí hasta que se olvidan de las cámaras. Aquí los aspirantes todavía controlan y no consiguen soltarse del todo.
Estudio de actores es, pues, el primer clónico de Operación Triunfo. Su éxito radicará en crear situaciones que alcancen la misma emoción y competitividad de su antecesor cuando el marketing todavía no se lo había llevado por delante. No será fácil. Operación Triunfo contaba con la música, un lenguaje inmediato, mientras que las peripecias de un grupo de actores deberán contar con lo que diferencia las buenas de las malas películas: un guión sólido, interpretaciones convincentes, el equilibro justo entre héroes y villanos y una trastienda con mucho morbo.
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