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Reportaje:

La afición destierra al Zaragoza

El club aragonés se concentra hoy en Valencia para preparar su encuentro con el Villarreal lejos de la presión de sus hinchas

El Zaragoza no tiene quien le apoye. En verdad, no lo tiene desde que en 1995 ganó la Recopa, una explosión de éxtasis colectivo que no ha curado ni el hecho de perdurar 24 años en la Primera División, de ganar la pasada temporada la Copa o de luchar hace dos años por el título de la Liga. A pesar de sus antecedentes, 4.000 hinchas, el pasado domingo, secuestraron al equipo durante tres horas en el vestuario. Así que el club ha decidido, a la vista de los acontecimientos, aceptar su destierro y exiliarse en Valencia, en El Saler, para preparar el crucial partido frente al Villarreal.

La historia del Zaragoza no es el fruto de una situación puntual, de la inequívoca amenaza del descenso, sino una catarsis colectiva que tiende al derrotismo. Distintos sectores de la sociedad aragonesa apelan a él, explicitado de forma superlativa en el caso futbolistico. 'Da la sensación de que nos avergonzamos de ser aragoneses' afirma un responsable del club, algo que en otros ámbitos de la vida cotidiana también se comparte y que pareció quebrarse con las protestas contra el Plan Hidrológico Nacional.

'Parece que hay una envidia y, por lo tanto, una mímesis con Barcelona, como si el club catalán fuera el espejo en el que el Zaragoza debe mirarse, en vez de comprender la realidad futbolística del club', recuerda un ex entrenador zaragocista, buen conocedor de la casa.

Nadie escapa a las iras de una parte de la afición. En el Zaragoza han sufrido personajes futbolósticos como Cafú, Esnáider, Valdano o Cáceres.

En una ocasión, un taxista valenciano le dijo a Pedro Herrera, mánager del Zaragoza, que su equipo tenía algo en común con el Valencia: 'La suya es la segunda afición más difícil de la Liga española'.

Hay un efecto llamada en la explosión de ira del domingo que ha obligado al equipo a huir a Valencia. Los sectores ultras, agrupados en la peña Los Ligallos, no han tenido piedad con ningún estamento del club. Al presidente, Alfonso Soláns, le han amenazado en cánticos con quemarle la empresa y los jugadores y los entrenadores han sufrido multitud de enfrentamientos, incluso personales, con este colectivo especialmente virulento. La prensa, muy dividida, también ha sido objeto de sus iras.

Finalmente, la afición en general se ha dejado arrastrar por la decepción colectiva. Así se ha cumplido el axioma negativo que establecía Soláns para prever el futuro: 'Este es un proyecto con tres patas: el club, los medios de comunicación y la afición. Si falla una pata, adiós'.

La crisis es absoluta. El Zaragoza se puede salvar porque se enfrenta a un rival directo, el Villarreal, y recibe a un equipo motivador, el Barcelona, el espejo ilusorio de la afición. Pero nadie en la ciudad confía en sus posibilidades. Txetxu Rojo se fue asfixiado por la presión ambiental -cuando luchaba por el título de Liga también era discutido-, Luis Costa dimitió harto de la imposibilidad de trabajar y Marcos Alonso cogió el equipo como Javier Clemente al Tenerife: como un curandero cuando la medicina convencional ha agotado todos sus argumentos.

En tales circunstancias sólo queda el destierro para curar las heridas. Los jugadores del Zaragoza están proscritos en la ciudad. Si ganan en Villarreal, serán héroes. Pero, si pierden, el regreso puede resultar más amargo que el exilio.

Juanele, Vales y Jamelli se dirigen al autocar que les sacó de La Romareda después de tres horas de asedio por parte de los aficionados.
Juanele, Vales y Jamelli se dirigen al autocar que les sacó de La Romareda después de tres horas de asedio por parte de los aficionados.EFE

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