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ESTADO DE ALERTA EN EUROPA

Alemania: integración en el sistema

CUANDO EDMUND STOIBER, el primer ministro bávaro y candidato a la cancillería en Berlín, comentó esta semana el resultado electoral en Francia, de entrada descartó que algo parecido al avance de Jean-Marie Le Pen pueda suceder también en Alemania. De hecho, la Unión Social Cristiana (CSU), que preside Stoiber, considera que uno de sus principales cometidos es precisamente evitar que estas agrupaciones se fortalezcan. Su receta: integrarlas entre sus propias filas. 'En Alemania hay un gran centro político en el que también tiene cabida la derecha democrática, lo que es una de las razones para la estabilidad de la República Federal', sostuvo Stoiber.

Lo que no dijo, pero se sobreentiende en Alemania, es que el precio a pagar por esta 'estabilidad' es que tanto la CSU como la hermanada Unión Cristiana Democrática (CDU), para restar argumentos y votantes a estos grupos, en ocasiones incorporan a su ideario posturas xenófobas. Así sucedió, por ejemplo, a inicios de los años noventa, cuando el Gobierno conservador de Helmut Kohl hizo caso a la presión de la calle -un violento estallido de xenofobia tras la reunificación alemana- para imponer una reforma constitucional que acabó por restringir el derecho al asilo.

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Aunque muchas veces cuestionable desde el punto de vista ético, esta estrategia durante décadas ha resultado eficaz: después del colapso del nazismo, en Alemania los partidos de extrema derecha sólo han logrado limitados éxitos electorales, como el hasta 10% de los votos obtenido entre 1966 y 1969 por el Partido Nacionaldemocrático Alemán (NPD) en siete Estados federados, el 10,9% alcanzado en Baden-Wurtemberg por Los Republicanos en 1992 o el 12,9% logrado por la Unión del Pueblo Alemán (DVU) en Sajonia-Anhalt en 1998.

Más allá de estos efímeros avances, la extrema derecha no ha podido unir sus fuerzas debido a la 'com-petencia entre sus diversos líderes y sus deficiencias organizativas', según analiza el servicio de inteligencia Verfassungschutz, que estima en cerca de 60.000 los militantes ultraderechistas dispersos en más de un centenar de organizaciones. Ello, sin embargo, no quiere decir que, a medio o largo plazo, el descontento ciudadano no pueda canalizarse también hacia otros grupos.

Según una encuesta realizada por la Fundación Friedrich Ebert a finales de 2000, un 75% de los ciudadanos de la antigua República Democrática Alemana (RDA) y un 55% de los del Oeste creen que 'la ley y el orden' peligran en su país. En este mismo sondeo, hasta un 50% de los adultos en la antigua RDA afirmó tener 'miedo' ante la llegada de más extranjeros al país. El llamamiento a más mano dura frente a la delincuencia y el rechazo a la inmigración, asimismo, el año pasado posibilitaron que un partido populista, el del juez Ronald Schill, obtuviera un 19,4% de los votos en las elecciones regionales celebradas en la ciudad-Estado de Hamburgo. Todo un aviso a los conservadores alemanes.

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