Por los siglos de los siglos
Las leyendas siguen a los mitos como si fueran su sombra y al Barça le persigue la de ser ... algo más que un club: nada menos que el ejército simbólico desarmado de la catalanidad. En cuanto al Real Madrid también es algo más que un club, sobre todo porque el barcelonismo así lo reclama, con el iracundo entusiasmo con el que un antiguo y viejo vecino del asiento del Camp Nou gritaba en cuanto el Madrid aparecía en el terreno: '¡Vosotros no sois un equipo de fútbol! ¡Sois el tercio!'. La modernidad suaviza este grito apocalíptico y cuando don Florentino Pérez se plantea si el Madrid es o no más que un club, deshoja la margarita entre aznarismo y boom inmobiliario. Aznar ha tratado de apropiarse del madridismo para construirse el imaginario de caudillo civil que a donde no llegue con Piqué o con Norma Duval, llegará, sin duda, con el Real Madrid. Mal asunto para los objetivos ateologales que se han fijado Pérez, Valdano y Butragueño que tratan de darle al Real Madrid un skyline definitivamente civil de religión de diseño y laica.
En esta situación de peligroso rearme simbólico del Real Madrid y de serias pérdidas de fe sobre el simbolismo del Barcelona, llega una semifinal de la Copa de Europa que puede ser tan referencial como la de 1960. Adolescente sensible y obligatorio estudiante en Madrid de tercer curso de periodismo, presencié el partido de ida y acogí la victoria barcelonista en el de vuelta como un signo más de que la caída del Régimen, me refiero al franquista, se acercaba. Victoria engañosa que en realidad abrió al barcelonismo una larga travesía del desierto de Kalahari hasta la llegada de Cruyff como jugador. El Barça no ganó aquella Copa de Europa, Helenio Herrera se fue y se llevó a Suárez dejando al Barça deshabitado, segundo, casi siempre, y quejándose.
El partido del 23 de abril del 2002 se cierne sobre la España de las Autonomías con amenazantes derivaciones. De perder la eliminatoria el Madrid, fracasa su centenario y Aznar deberá hacerse urgentemente del Barça o del Atlético de Madrid, aunque sea en la intimidad. Posible entonces que haya llegado la hora de Rodríguez Zapatero. De perderla el Barcelona, la batalla del pañuelo obligará al señor Gaspart a autodesterrarse a sus refugios antiatómicos más recónditos, a Rexach a cambiar el fútbol por el futbolín o, quién sabe, incluso el mus y Esquerra Republicana renovará su empeño de cambiar el Estatut. La derrota del Madrid será equivalente a lo que fue el desastre de la Invencible, sobre todo en un año en el que fue calificado, precipitadamente, como equipo de otra galaxia. La del Barcelona puede sumir en el más absoluto pesimismo a un país hijo de viuda desde que Cataluña perdió la soberanía efectiva en tiempos de los Reyes Católicos o de don Santiago Bernabéu, monta tanto, tanto monta.
Menos mal que la División Acorazada Brunete ya no es lo que fue y siempre nos quedará la Operación Triunfo o Noches marcianas. Gracias a estas periódicas, virtuales orgías socializables, el primer partido del siglo sólo será un partido más por los siglos de los siglos. El perdedor que reconsidere la evidencia de que el corazón es un fruto amargo. El ganador que lo sea como sin querer. Está en juego el futuro de la unidad de España, es decir, ... la mayoría absoluta del PP.
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