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Reportaje:TENDENCIAS

El excitante narcisismo francés

Si hay algo que de verdad hace comunidad en Europa es el antiamericanismo. Ninguna otra ideología junta tanto a los europeos. Desde Estados Unidos, paralelamente, si hay algo que los norteamericanos distinguen con vaga unidad dentro del paisaje indiferenciado del mundo es la noción Europa. Para el norteamericano común, que sufre dificultades para situar a su propio país en el mapa, todo el globo es Tercer Mundo, pero allí Europa es 'un Tercer Mundo elegante'. A la cabeza de esa distinción se encuentra Francia o París.

Haya desaparecido Napoleón, la bohemia, las vanguardias y Brigitte Bardot, París constituye un destello en las ciudades-parque temático del planeta. Visto desde la perspectiva cultural, París es la Ilustración. Contemplado desde la perspectiva galante, París es una ciudad turística cien veces mejor que Benidorm. En ninguna ciudad se encuentran tantos establecimientos de perfumes y tiendas de souvenirs, más acuerdo turístico en visitar un monumento como la torre Eiffel. Pase lo que pase, París ha quedado convertida en la referencia canónica del mundo occidental. Y los franceses lo saben.

El orgullo francés supera al orgullo europeo y siempre se ha considerado de mejor calidad que cualquier otro patriotismo. Y han usado su propia palabra para ello: chauvinismo
Francia se adora a sí misma sobre todas las cosas y aparta siempre cualquier tentación de perder su complejo de superioridad. ¿Fútbol en Brasil? Francia, campeona del mundo

El orgullo francés supera al orgullo europeo y siempre se ha considerado de mejor calidad que cualquier otro patriotismo. Ellos han usado su propia palabra para ello, chauvinismo, a partir de la filosofía enamorada de la patria con la que envolvió las mentes francesas hace siglo y medio el político Chauvin. Luego, todos los demás hemos utilizado ese término como una herencia del corazón francés y sabiendo que el auténtico amor romántico tenía esa residencia. Los franceses se aman a sí mismos sobre todas las cosas y han sido los más fieros combatiendo la colonización americana. En Francia han desembarcado los fast food a despecho de su cultura gastronómica, pero siempre han aparecido las guerrillas. Ahora, por ejemplo, se han puesto de moda las sopas tradicionales, y ellos fueron los de la nouvelle cuisine.

Los franceses no se rinden. Constatan que las dos terceras partes de su público ingiere productos de entretenimiento norteamericano, pero cuando logran una película de auténtico estilo francés como Amélie no dejan de proclamar que la han visto más de 25 millones de espectadores. Truffaut acabó rodando en Hollywood, pero ¿cómo comparar el primero y el último Truffaut? Aquello fue su noche americana. Truffaut declaraba entonces que decir 'cine norteamericano' era un pleonasmo. Pero ¿cómo olvidar los hermosos paradigmas de la nouvelle vague? Si ha habido una manifestación que ha distinguido poderosamente a la cultura francesa fueron las obras de Renoir, Resnais, Godard o del mismo Truffaut. Los norteamericanos nunca realizaron nada así.

Tampoco han sabido escribir tan enrevesado como Derrida o Lacan. En las universidades de Yale y Harvard se estudiaban a los deconstrucionistas y lacanianos como si descifraran testimonios de otro planeta. Los franceses son muy franceses, y, a pesar de la americanización general del mundo, sostienen su intraducible diferencia. En arquitectura fueron los primeros en concebir un edificio espectáculo, como fue el Baubourg, y los dos jóvenes arquitectos premiados, Piano y Rogers, fueron escogidos por su capacidad para epatar. Lo mismo ocurrió años después con la construcción del arco de La Défense y más tarde con la jactanciosa Bibliothèque François Mitterrand. París se ha adorado a sí misma a través de sus alcaldes y los presidentes y ha vigilado la permanencia de su seducción. La reforma del Louvre fue algo más que una restauración y ampliación. El museo, a partir del diamante que levantó Pei, se hizo un elemento de fascinación peregrina.

Francia se adora a sí misma sobre todas las cosas y ha apartado siempre cualquier tentación de perder su complejo de superioridad. ¿Fútbol en Brasil? Francia campeona del mundo. ¿El nuevo arte se ha trasladado a Nueva York? He aquí el Palais de Tokio, la sede más atrevida, posmoderna, marginal y chic inaugurada hace tres meses. Picasso, Man Ray, Brancusi, Dalí, Kandinsky, De Chirico, encontraron en París el lugar donde vivir, beber, copular, discutir y vender sus obras. ¿Por qué no iba a ser de nuevo así? El Palais de Tokio, acondicionado por los subversivos Anne Lacaton y Jean Philippe Vassal, busca reanimar el atractivo de París como foco de creación y contacto joven. 'El arte sirve para que los políticos no se duerman, para que los pueblos no se duerman', declaraba Catherine Tasca, ministra de Cultura, el día de la inauguración y a cuyo desarrollo contribuye su institución con un 50% del presupuesto. Una Administración norteamericana lo habría dejado en manos privadas, pero la tendencia estatal en Francia es un manera de entender lo social, lo cultural, lo laboral.

¿También la moda? En la moda francesa, como en la televisión de Jean-Marie Messier, como en la alianza Renault-Nissan, la pureza ha venido reemplazándose por la hibridación. Actualmente, tanto Christian Dior como Givenchy cuentan con diseñadores ingleses, y Louis Vuitton, Yves Saint Lauren o Céline se encuentran en manos norteamericanas. La ciudadela recibe metralla por todos sus flancos, pero también las tradiciones del Baubourg Saint Honoré alzan sus banderas. La haute couture francesa conserva su histórica Chambre Syndicale de la Couture Parisienne, con Gaultier y Mugler, más una segunda generación de diseñadores, como Thimister, Ocimar Versolato o Sirop. A diferencia de la pasarela de Nueva York o Milán, en París se celebran grandes desfiles-espectáculo en continuación de una dorada retórica que permanece en el diseño textil, el libro de ensayo, las películas, los papeles pintados o la mitología de hacer el amor.

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