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Columna
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Gratitud

EN 1928, A LOS 22 AÑOS, Hannah Arendt (1906-1975) se doctoró en Filosofía en la entonces muy prestigiosa Universidad de Heidelberg. Superar este reto académico con ventipocos años no era entonces empresa fácil para nadie, pero, menos, si el doctorando era mujer, judía y se encontraba en la Alemania de las vísperas del nazismo. Casi 40 años después, cuando Arendt, nacionalizada estadounidense, era ya una muy apreciada intelectual, volvió sobre su tesis doctoral, preparando una nueva edición, que, con arreglos y correcciones parciales, se publicó póstumamente en inglés y ahora aparece en castellano con el título El concepto de amor en San Agustín (Encuentro). Destino y carácter, la obra posterior de esta pensadora estuvo centrada en acuciantes asuntos de moral y política, que, sin embargo, encajan con asombrosa perfección con lo expuesto en la que fue su primera incursión seria en el campo de la filosofía académica. ¿Rigor? ¿Coherencia? Sin duda; pero, sobre todo, una misma ardiente voluntad inquisitiva: la de, en medio de los escombros, preguntarse sobre el sentido de la existencia. Extrae de san Agustín su afirmativa voluntad de ser incluso en medio de la peor desdicha, porque el más infeliz sufre porque quiere vivir y de la mejor manera. Pero este anhelo no lo colma ni la esperanza, ni el deseo, sino la memoria y la gratitud, las dos fuentes complementarias para celebrar el don absoluto de la vida.

Prácticamente toda la reflexión posterior de Hannah Arendt giró en torno a cómo conciliar pensamiento y acción, sin que, fuera cual fuera el tema abordado, ninguno de ambos se interfiriese o se desnaturalizase. En uno de sus últimos trabajos publicados, el titulado 'El pensar y las reflexiones morales', incluido en la antología De la historia a la acción (Paidós), Arendt distingue entre pensar y juzgar como ámbitos diferenciados, pero igualmente imprescindibles, porque, según nos dice, 'la manifestación del viento del pensar no es el conocimiento; es la capacidad de distinguir lo bueno de lo malo, lo bello de lo feo'. En esta integración, el pensamiento, la moral y el arte orientan nuestra existencia, ahondando en su capacidad de interrogación, nuestra única razón de ser, más allá de vanas esperanzas e insaciables deseos. Vida y obra, esto es lo que hizo memorable a Hannah Arendt, la pensadora que, en medio del horror, no dejó de agradecer y celebrar el don de la humanidad.

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