Don Paco
Esta pequeña y deliciosa Misa de Rossini se inició con un minuto de silencio en recuerdo del compositor valenciano Francisco Llácer Plá (Don Paco para sus alumnos), fallecido el día anterior y referente indiscutible en el difícil cultivo de la música contemporánea. Su labor como docente en el Conservatorio y como renovador de rutinas compositivas ancladas en el final del XIX debiera alcanzar el reconocimiento que merece. Pero, mientras nuestros responsables culturales se lo piensan, sirva al menos de homenaje la partitura de Rossini al músico que aportó aire fresco al panorama compositivo de este país.
La Pequeña Misa Solemne, con su peculiar bagaje tímbrico (12 voces, dos pianos, convertidos en uno, y harmonium) plantea un problema difícil de resolver, especialmente en el caso del piano: ha de envolver a las voces -tanto al coro como a los solistas- cual si de una orquesta se tratara, pero también tiene que conseguir el contrapunto individualizado de color pianístico, ya que ése fue el instrumento elegido por el compositor. La ligereza tendría que estar unida con el poder, y la amplitud sonora con la transparencia. Quizás Rossini fue demasiado exigente en cuanto a la polivalencia del piano. El añadido del harmonium proporciona una atmósfera muy especial, pero apenas contribuye a aligerar la gran responsabilidad de su partenaire.
Rossini
Pequeña Misa Solemne. Chorus Musicus Köln. Director: Christoph Spering. Solistas: Sabina Martin, Romina Basso, Florian Mock, Peter Lika. Palau de la Música. Valencia, 15 de abril de 2002.
La versión del lunes, en cualquier caso, no solucionó la cuestión. El piano funcionó, la mayor parte de las veces, como un elemento emborronador cuyas aportaciones ayudaban poco a clarificar el discurso. La elección de un instrumento más antiguo, cuya eficacia en los apagadores es bastante menor que la de los pianos actuales, hizo aún menos límpido lo que Rossini demanda. Demandas que sólo hubieran podido subsanarse -y no fue éste el caso- con un uso magistral de los pedales.
El coro, de sólo 12 voces, funcionó bien y soportó el peso de la partitura. Entre los solistas brillaron mucho más las voces femeninas, especialmente la de la mezzo Romina Basso, de un color bien atractivo y registros bastante homogéneos: El O Salutaris y el Agnus Dei, donde actuaba como solista, fueron de lo mejorcito de la sesión. También resultaron muy gratos el dueto de soprano y mezzo (Qui tollis pecccata mundi) y el voluntariamente modesto Ofertorio, a cargo de un harmonium en solitario: todo un ejemplo de sencillez.
El conjunto de esta versión, sin embargo, no quedará para el recuerdo. Christoph Spering cumplió en las tareas de organizar y ajustar, pero no consiguió iluminar una obra tímbricamente inusual que requiere, en el aspecto del color, capacidades interpretativas fuera de lo común. Esa sencilla (sólo en apariencia) conjunción de piano, harmonium y 12 voces es una píldora bastante difícil de digerir. Y muy nueva, en la época que se produjo. No podía ser de otra manera en un homenaje a Don Paco.
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