_
_
_
_
Crónica:A PIE DE PÁGINA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Crónica para ser leída con acompañamiento del 'kissange' (*)

Lo más hermoso que he visto hasta hoy no fue un cuadro, ni un monumento, ni una ciudad, ni una mujer, ni la pastorcilla de biscuit de mi abuela Eva cuando era pequeño, ni el mar, ni el tercer minuto de la aurora del que hablan los poetas: lo más hermoso que he visto hasta hoy fueron veinte mil hectáreas de girasol en Baixa do Cassanje, en Angola. Salíamos antes de amanecer y en eso, con la llegada de la luz, los girasoles alzaban la cabeza, todos a una, hacia Oriente, y la tierra se llenaba por entero de grandes pestañas amarillas a los dos lados de la senda y en una ocasión recuerdo un grupo de mandriles en una ladera, quietos, observándonos. Después se cansaban de nosotros y desaparecían bajo la sombra de los tallos.

Lo más hermoso que he visto hasta ahora fue Angola y, a pesar de la miseria y el horror de la guerra, la sigo queriendo con un amor que no se apaga. Quiero su olor y quiero a sus personas. Tal vez los momentos que tuve más próximos a lo que se llama felicidad se dieron cuando atendía un parto yo resolvía los problemas que las mujeres o mi compañero hechicero euá Kimbanda no eran capaces de solucionar. Cuando acababa salía de la casucha de la enfermería como si aún tuviese en mis manos una pequeña vida trémula y me sentía feliz. Los mangos, inmensos, susurraban sobre mi cabeza, el señor António acechaba desde la cantina. Es gracioso: en los momentos difíciles, la memoria de Baixa do Cassanje me ayuda. Recuerdo al jefe Macau euá Muata me digo a mí mismo

-Tumama tchituamocque que significa siéntese en la silla y me sereno. Si fuese hasta la ventana seguro que encontraría, incluso en Lisboa, veinte mil hectáreas de girasol que se pierden de vista, las pestañas rubias, los mandriles. La increíble belleza de las muchachas, su piel tan suave, la tía Teresa, gorda, enorme, que regentaba una cabaña de putas en Marimbá, y sabía mucho más de nuestra condición que cualquier otra persona que haya conocido.

Euá tía Teresa

euá los tamboreos por la noche en el poblado de Dala, la marihuana de los ritos funerarios: euá liamba.

Conversaba con la tía Teresa al atardecer cuando sentía añoranzas de todo. A veces me ofrecía una de sus criadas: nunca fui capaz de aceptarla. Mandaba traer una palangana con agua, jabón, una toalla, y ambos nos lavábamos solemnemente la cara. Un día me entregó un bote con polvo de talco, con el propósito de protegerme del mal de ojo. Y quizá me protegió. Y, con las palmas color de piedra caliza, comíamos juntos moamba esa carne de gallina o vaca guisada con aceite de palma: ella y el Kimbanda Kindele, o sea el médico blanco. Yo que tantas veces, en África, tuve vergüenza de serlo. Mi cuerpo tan desgarbado. Si acercaba el oído a un árbol no sabía, como la tía Teresa, quién venía. Pero el jefe Kaputo me pidió que fuese padrino de su hijo, la mayor distinción que he recibido hasta hoy: por educación, y nadie se burló de mi forma de bailar. Una vieja con la brasa del cigarrillo en el interior de su boca apretó mis dedos con los suyos:

euá Vieja

aprieta mis dedos otra vez: estoy escribiendo esto con una gran alegría, la misma con la que los domingos por la mañana fumaba en mutopa pipa de calabaza con los hombres, los oía hablar, jugaba con ellos a una especie de chaquete con fichas a medida que miraba la jangada a través del río Kambo, debajo de los murciélagos del crepúsculo, con las luces de Chiquita a lo lejos. Los girasoles inclinaban la cabeza para poder dormir, los búhos volaban contra los faros del jeep, en el camino. La hacienda de tabaco del señor Gaspar, con sus calaveras de hipopótamo. El señor Gaspar sonreía en el interior del bigote

euá señor Gaspar

nos sentábamos en la galería

-Tumama tchituamo

y su mono, entre chillidos, hacía tintinear la cadena: le daba miedo la oscuridad. Allí venía la palangana con el agua, el jabón, la toalla. En medio de la miseria y el horror había momentos de una satisfacción enorme. Una paz como de santo que no he vuelto a encontrar. Lo que más quiero en el mundo son los girasoles de Baixa do Cassanje y a mí caminando volando entre ellos.

Euá Vieja

aprieta mis dedos otra vez.

Traducción de Mario Merlino. (*) Instrumento músico consistente en una pequeña tabla en la cual se fijan varias lengüetas metálicas que se hacen vibrar con los pulgares. También quissanje.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_