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Columna
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Cavilaciones monárquicas

Nada como un azaroso viaje en tren, el que todavía separa a Sevilla y Granada, para poner un poco más de desorden en el barullo de ideas, impresiones y recuerdos como va levantando esta visita del joven Borbón (o ya no tan joven). Así levanta el tren el vuelo azorado de las perdices en celo, o pone en fuga a las liebres por el olivar.

No hace mucho tiempo, un monárquico convencido (los hay) me decía que el problema de los herederos de las dinastías actuales es que están demasiado tiempo en barbecho. Antaño los príncipes se preparaban para saltar al trono en cualquier momento, y generalmente lo hacían muy jóvenes, en virtud de alguna farragosa circunstancia de índole más o menos política, pero mayormente biológica. Hoy se eternizan en la antesala. De ahí proceden casi todos los problemas de una juventud ociosa y estirada más allá de la cuenta. Luego, los exégetas oficiosos se encargan de lo demás, incluidas las mayores boberías. Y el genio popular, de lo que falte. Baste recordar lo que ocurría cuando el actual rey era príncipe (y bien larga que fue también la espera, pues aquel a quien tenía que suceder sí que era un hueso duro); un poco más, y todos hubiéramos acabado convencidos de que era tonto. Cuando llegó la hora de la verdad, resultó que de tonto no tenía un pelo. Hace bien, por tanto, el heredero de la corona española en ocuparse de la realidad 'real' cuanto antes, aunque sólo sea a título informativo, y aunque ya el martes por la noche, en los aledaños del Carmen de los Mártires, había quien se encargaba de propagar, sotto voce, que el Príncipe viene precedido de una cohorte de ojeadores casamenteros, pues no vendría mal, dicen, que la futura reina fuese andaluza, según una secreta ley de compensaciones autonomistas en la galería de los cónyuges de la familia real. Pero hagan lo que yo. Ni caso. Las perdices en celo y las liebres corretonas, al aire de los trenes.

Quienes no somos monárquicos, pero sí juancarlistas, es lógico que miremos a este Borbón con otra mirada, no exenta de inquietud. ¿Cómo es realmente? ¿Qué piensa? ¿Sabe o no sabe? Del amistoso y distendido encuentro que organizó la otra noche la Consejería de Cultura, bien pudiera deducirse que el Príncipe está en todo, aunque no hubo lugar para muchas profundidades. En cambio, sí les puedo dar fe de otra ocasión que ahora me ha venido a la memoria, y fue en el Pabellón de Andalucía de la Expo, hace diez años. Tras una cena poco protocolaria, recuerdo perfectamente cómo don Felipe, y siendo mucho más joven, dirigió una estupenda conversación por los más enrevesados asuntos de la actualidad política, y muy particularmente por los de la internacional. Nunca lo hubiera yo esperado. Y tal como me sorprendió, lo cuento. El presidente Chaves podría corroborarlo. Hoy no creo que haya disminuido su interés por las cosas de verdad, sino más bien lo contrario. Pero ocurre, como con su padre, que cada día es más difícil saber algo importante de ellos, pues cada día se les ve más secuestrados por el gobierno conservador de Madrid. En cambio, nada que temer tienen del andaluz ni, en general, de los andaluces.

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