Entre el mito y la historia
Considerado como uno de los más conspicuos representantes del llamado neoexpresionismo alemán, junto con Penck, Immendorff o Kiefer, la trayectoria de Markus Lüpertz (1941) no podía sino quedar teñida de aquella atmósfera de ambiguos entusiasmos y de regresos aparentes. En efecto, el hecho de que la nueva pintura alemana quedase eventualmente encuadrada en el conjunto de aquellos movimientos transvanguardistas que proliferaron, y dominaron la escena internacional desde comienzos de los ochenta, trajo consigo no pocos equívocos. Y, entre ellos, los derivados de una insuficiente diferenciación de los intereses respectivos de cada uno de los artistas individuales, que se han revelado muy diferentes. En el caso de Markus Lüpertz, sólo el paso del tiempo ha llegado a permitir una consideración más aproximada de su trabajo al margen de etiquetas y consignas generales.
MARKUS LÜPERTZ DEL MOTIVO A LA FORMA
IVAM Centre del Carme Museu, 2. Valencia Hasta el 30 de mayo
En Lüpertz domina su tendencia a la presentación de motivos profanos o banales en forma de imágenes grandiosas o heroicas
Mitología e historia, identidad y máscara, fragmentarismo y reflexión parecen ser sus parámetros
La exposición que se presenta en el IVAM consta de unas ciento ochenta obras entre pinturas, esculturas y dibujos. Se trata, por cierto, de la última muestra de arte contemporáneo que va a poder contemplarse en el Centre del Carme, espacio que en adelante -y en medio de una polémica- quedará desgajado del IVAM y dedicado al siglo XIX.
Markus Lüpertz (nacido en un lugar de Bohemia en 1941) inició su madurez como pintor durante los años sesenta con una serie de pinturas que denominaría 'ditirámbicas'. Los ditirambos eran antiguamente los poemas compuestos en honor del dios Dionisos, patrón de la embriaguez y de la negación de la identidad en la máscara. En Lüpertz, sin embargo, no domina tanto el aspecto dionisiaco como su tendencia a la presentación de motivos profanos o banales (que podían incluir, por ejemplo, al pato Donald) en forma de imágenes grandiosas o heroicas. Hacia 1970 comenzó a trabajar en la 'pintura de motivos', y en particular la de 'motivos alemanes', en buena parte extraídos del universo emocional de los tiempos del III Reich (casco, esvástica, campos de batalla), pero que no por eso dejaban de resultar ocasionalmente 'ditirámbicos'.
Su pintura de los años ochenta tiene que ver menos con el motivo que con la forma, y menos con el ditirambo que con la interpretación de la tradición de la pintura. En cierto modo, en esta época se incrementa en ella el peso de la reflexión y del componente metapictórico. De hecho, como sostiene Jaime Siles en su contribución para el catálogo, Lüpertz es un excelente modelo de pictor doctus. Incluso en un sentido literal: en 1974 fue contratado como profesor en la Academia de Bellas Artes de Karlsruhe, en donde fue nombrado catedrático y después rector; en 1988 pasaría a ocupar el mismo cargo en la célebre Academia de Düsseldorf, en donde le había precedido Beuys enseñando, por cierto, cosas bien diferentes, y en donde sigue actualmente.
Si bien se mira, todo esto concuerda bastante bien con su dilatado programa de una 'pintura de estilo', un contexto en donde, en unos términos básicamente eclécticos, fríos y fragmentarios, siempre rebosantes de autoconciencia, Lüpertz igual se embarca en un diálogo con Corot que con Poussin, con Picasso que con la antigüedad griega. Sólo esto bastaría para matizar definitivamente -y corregir- la visión de Lüpertz como simple seguidor del neoexpresionismo. Lo mismo que invitan a hacer las series seleccionadas para esta muestra: las Fantasmagorías de interludio, de 1987, los Hombres sin mujeres. Parsifal, de 1993, las Vanitas, 1998, o sus pinturas más recientes. En todos los casos se hace manifiesta su orientación hacia la permanente reinterpretación de la historia de la pintura como recurso ineludible en orden a su supervivencia.
Finalmente, uno de los puntos
fuertes de esta exposición es la revisión de su trabajo como escultor. Lüpertz lo comenzó hacia 1981 y no lo ha abandonado. Se trata fundamentalmente de una exploración del concepto de torso o de ruina, de fragmento. En el IVAM se muestran, entre otras, sus elocuentes piezas mitológicas en bronce pintado (Titan, 1985; El guerrero, 1993, una figura masiva y vencida, yacente junto a su casco), su serie sobre los Burgueses de Florencia, de 1983, o sus relieves en terracota (Danza de los muertos, 1990). Todo ello se presenta acompañado de decenas de los dibujos y estudios correspondientes.
Mitología e historia, identidad y máscara, fragmentarismo y reflexión: tales parecen ser los parámetros desde los que Markus Lüpertz construye sus imágenes. Las unas resultan patentemente fantasmagóricas, otras son directamente agresivas. Muchas veces tienden a lo monumental, pero no tanto en una dirección heroica o grandilocuente, como más bien conmemorativa y, por qué no, peculiarmente ditirámbica.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.