Carnaval de orejas
Ni todo lo que brilla es diamante ni cualquier triunfo acredita méritos taurinos; los toros, que casi no existieron, fueron unos animales blanditos, carentes de poder, en constante agonía, tan astifinos que denunciaban la manipulación, de manifiesto en el que se devolvió, que dejó en el peto el artístico acabado con el que hoy se culmina la labor de barbería. Si el año pasado se quemaban después de la lidia, ¿sería muy drástico prenderles fuego antes?
Javier Conde basa su estética en el duende y, una de dos, o el tal duende se ha ido o bien desaparece en cuanto sale el toro a la plaza. Le correspondió el único que se tenía en pie y lo mecharon en una vara larga y alevosa hasta dejarlo hecho unos zorros, sin que el matador rayara a más altura; al quinto, cuando no se caía, le hacía objeto de un trasteo tangencial con el brazo como larguísimo radio. De matar, pues lo indispensable.
Pereda / Ponce, Conde, Fandi
Toros de José Luis Pereda, el 5º, inválido, sustituido por el sobrero; inadmisiblemente blandos y despuntados. Enrique Ponce: pinchazo y media estocada (ovación y saludos); estocada trasera desprendida (dos orejas). Javier Conde: tres pinchazos, media atravesada y cinco descabellos (pitos); bajonazo hondo perpendicular (división de opiniones al saludar). El Fandi: estocada (dos orejas); pinchazo y estocada baja (oreja). Plaza de Granada, 31 de marzo. Cerca de tres cuartos de entrada.
El Fandi da lo que tiene y lo que no: largas cambiadas, verónicas de rodillas, chicuelinas de pie y remate con otra larga cambiada de rodillas. Tal desbarajuste de recibo, sin orden ni concierto, tuvo las notas del valor y la entrega, que se volvieron a manifestar en la suerte de banderillas, con predominio absoluto de las facultades frente a la precisión y no digamos nada de la pureza.
Más enjundia
Con la muleta, mostró un algo más de enjundia en el tercero y puso de manifiesto sus carencias técnicas en el sexto, un toro reservón e incierto ante el que estuvo casi a su merced, con resultado aleatorio que cayó del lado del torero menos en una ocasión en la que salió volando por los aires. A la hora de matar, se volcó verdaderamente sobre el morrillo en el tercero.
Enrique Ponce aburrió en el inválido que abrió plaza y sacó temple para gobernar el calamocheo que provocaba la falta de fuerzas del cuarto, al que toreó despegado y en línea recta, acabando, eso sí, por someterlo en redondo en la última serie.
Las orejas, demandadas por el público, estuvieron de acuerdo con la parodia de corrida de toros de ayer. Eso se llama carnaval.
Babelia
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