Retrato del coleccionista típico
Varón y tenaz, gasta menos del 15% de sus ahorros en objetos tan dispares como escupideras o postales de Jaén
El coleccionismo se moderniza a grandes zancadas: los precios son fijados ya en euros y los inventarios de las tiendas de coleccionistas, que abarcan millones de objetos, están siendo clasificados a toda velocidad para estimular la venta a través de procedimientos informáticos más modernos.
Pese a ello, el verdadero protagonista del coleccionismo en Madrid es un varón al que los comerciantes del ramo le atribuyen una edad comprendida entre 35 y 55 años. Muy a menudo, su profesión acostumbra a coincidir con la de funcionario público. Su atuendo suele ser discreto; sus modales, corteses; normal su porte y su talante, tenaz, un punto obstinado. Se ve empeñado en gastar una porción sustanciosa de sus dineros libres en una afición suavemente obsesiva: acopiar objetos de una misma gama, series de cosas que él considera en sí mismas valiosas. Suele haber algo de ritual en su pasión, que, únicamente en casos muy aislados, se hace patológica.
Según señala la psicoanalista Silvia Yankelevitch, 'el coleccionista reúne objetos en serie y eso es algo serio', subraya. 'No es un juego de palabras', precisa, 'sino que quiero con ello referirme a que parece ser una manera de buscar sentido, identidad'. A juicio de Yankelevitch, 'el fetichismo es otra cosa, implica que el goce se asocia con exclusividad a un único objeto'. De todas formas, los mejores coleccionistas de Madrid son los niños. La frescura y la imaginación caracterizan sus preferencias, pero cuentan con un inconveniente: su insolvencia económica.
Ser coleccionista suele ser una afición cara: más del 15% de los ingresos de quienes se ven concernidos por su afección sale de sus bolsillos para satisfacerla, en ocasiones de manera compulsiva. 'Tal vez eso explica la evidencia de que por cada cien varones madrileños coleccionistas únicamente haya una dama coleccionadora'. Así lo asegura Antonio de la Torre, propietario de una de las tiendas de Madrid dedicadas específicamente a este tipo de clientes. Regenta su establecimiento de la calle del Almirante ayudado por su hija Silvia, entusiasta, como él, del trabajo que desarrolla: clasifica, marca, compra y vende. Hay tiendas en la zona de Chueca, otras más en el Rastro, también en Chamberí, aunque son más propias de objetos de una sola gama: microsurcos, estilográficas, carteles metálicos, juguetes u objetos naúticos, por ejemplo. Sus clientes más habituales no son los coleccionistas, sino más bien los familiares de éstos, que intentan obsequiarles con los objetos que aquéllos atesoran.
'La colección más rara que recuerdo en Madrid', dice Antonio de la Torre, 'es la de escupideras'. Se trata de aquellos recipientes, casi siempre circulares y metálicos, con una cubeta interior a base de porcelana o cerámica, situados en rincones de establecimientos públicos u hogares, sobre los que se tuvo la costumbre de escupir.
La tienda posee una característica única entre los comercios madrileños: dos millones de unidades de objetos -en su mayor parte postales- permanecen almacenadas en su sótano. Apiladas con un orden real, aunque precario, signadas para averiguar su precio a base de combinaciones con las letras de la palabra cangrejo, el sótano reproduce la estructura de un piso domiciliario cualquiera.
Sus estantes, de varias decenas de kilómetros de longitud, cobijan cuantos caprichos quieran exteriorizar coleccionistas de todo pelaje: allí yacen dormidas en miles de cajas de zapatos o más grandes, de tomate murciano, cosas tan distintas como frasquitos de perfume, linternas, latas, gafas graduadas o de sol. Asimismo, cosas ligeramente más difíciles de reunir como juguetes metálicos, mecanos, sacacorchos, vasos de balnearios o facturas, más programas de mano, menús gastronómicos, carteles de cine y, sobre todo, las postales, especialidad de la casa. 'Hemos tenido estos meses una demanda muy elevada de postales de la localidad jienense de La Carolina', comenta Silvia. ¿Grande en verdad? 'Hombre, nos pasamos varias semanas recibiendo gente que sólo preguntaba por ellas, y mire que aquí hay cosas', remarca con una sonrisa.
A juicio de su padre, 'este año se lleva mucho la postal en la que aparezca al menos un cartelito con la palabra Coca-Cola'. ¿Se ha puesto de moda? 'Pues sí'. ¿Y si la postal es, por ejemplo, de Socuéllamos? 'También, con tal de que aparezca el rótulo de la bebida'. Ello significa que de 0,15 euros que puede costar una postal normal, esa concretamente así signada puede alcanzar los 1,2 euros. 'Las más caras son las de un centroeuropeo, llamado Musha, o las del dibujante español Rafael de Penagos, que pueden alcanzar las 42,07 euros'.
Los criterios por los cuales se acredita un objeto de colección son inescrutables, sentencian. 'Un buen día surge un coleccionista que desea reunir palillos de dientes y remueve Roma con Santiago para obtenerlos. Son pacientes. Saben esperar. Y conseguir lo que anhelan', dicen.
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