Tarde de toros
El toro flotaba en la arena, su felicidad incontenida después de su encierro era latente. Felicidad precedida por su aparente libertad. Nuestra felicidad, la de todos los humanos que habíamos pagado para ver su muerte, pronto anularía la suya. Mi primera tarde en los toros; hasta el último momento estuve tentada de no ir, pero lo hice.
La sangre manaba por el lomo del animal, y el valor del humano al acortar las distancias, mostrando su destreza en este arte impregnaría su traje de luces, su traje de sangre. El animal, ya sin aliento, marchaba hacia la barrera, buscaba protección, quizás intimidad, sin embargo nuestra voz unánime pedía que no hubiera refugio para él, queríamos ver la muerte desde todos los rincones de la plaza. Su no respetada muerte, sería arrastrada finalmente por la plaza. Fui cómplice de esas muertes, lentas y angustiosas, y aplaudí junto con los demás, el daño, la injusticia y el dolor. Ahora me doy cuenta que era consciente de que compré la muerte y la aplaudí . Ahora, sé que no lo volveré a hacer.
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