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Oriente Próximo, otra vía es posible

Oriente Próximo está siendo sacudido por una dramática escalada de violencia. Cada día, tanto Israel como los Territorios Palestinos se ven ensangrentados con nuevas víctimas. Nosotros, hijos de Europa, sabemos, por haberlo aprendido de nuestros padres y de nuestra historia, lo fuerte e irresistible que es la tentación de recurrir a las armas para resolver los conflictos con nuestros propios vecinos. Una vía que en menos de cincuenta años ha causado en Europa dos guerras continentales que, rápidamente, se transformaron en guerras mundiales. Sabemos que existe otra vía posible: la vía del diálogo, del respeto recíproco y de la confrontación política, muchas veces dura y difícil, pero sin armas.

La propia existencia de la Unión Europea testimonia que ese milagro es posible. Por eso hoy, al contemplar con dolor el dramático conflicto de Oriente Próximo, donde israelíes y palestinos libran un combate encarnizado al borde del abismo, y a riesgo de caer juntos, nosotros, europeos, no queremos ni podemos abandonar nuestra causa ante la lógica desesperada de las armas, porque es evidente que la paz no podrá ser alcanzada nunca a través de ellas. En esa tierra, la única posibilidad consiste en tratar de vivir los unos al lado de los otros, y no los unos en lugar de los otros. Esto no quiere decir que nos dejemos tentar por la ilusión de la búsqueda de la armonía universal; lo contrario de la guerra es la paz, no el amor. Nuestro objetivo, y también nuestra responsabilidad como europeos, parientes y vecinos que somos de ambos pueblos, es colaborar activamente para construir una paz duradera posible y justa, trabajando a todos los niveles para crear las condiciones favorables al diálogo y la negociación. Y esto sólo será posible si se admite que el actual conflicto se aproxima cada vez más a una guerra. No es el enfrentamiento entre dos aspiraciones nacionale, una de las cuales sería justa y la otra injusta, sino que se trata del enfrentamiento entre dos causas legítimas.

En Oriente Próximo coexisten de hecho dos proyectos. Israel quiere vivir dentro de unas fronteras reconocidas y seguras, y el pueblo palestino quiere que su identidad nacional le sea reconocida por la creación de un Estado independiente. No habrá paz si estas dos aspiraciones no llegan a encontrarse de forma simultánea.

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Durante mucho tiempo, esta verdad no ha sido aceptada. Por el contrario, durante cerca de medio siglo cada una de las partes se ha obstinado en fundamentar la legitimidad de su propio derecho en la negación del derecho del otro. Los palestinos han negado el derecho de Israel a su existencia, mientras que los israelíes han reducido la problemática palestina a la cuestión de los refugiados. El resultado es de todos conocido: cinco guerras en un periodo de cincuenta años, que han alimentado el odio y edificado un muro entre ambos pueblos.

El giro hacia la paz, primero con la Conferencia de Madrid en 1991, después con las conversaciones de Oslo y el acuerdo histórico de Washington entre Rabin y Arafat, fue posible cuando cada adversario aceptó no fundamentar más su propio derecho sobre la negación del derecho del otro, reconociendo a éste la misma legitimidad que a sí mismo. Y sobre todo, porque tanto israelíes como palestinos han aceptado hacer coexistir su propio derecho con la afirmación del derecho del otro. El proceso de paz descansa sobre dos principios -'dos pueblos, dos Estados' y 'paz por territorios'- susceptibles de garantizar estos derechos y de hacerlos vivir juntos. El proceso de Oslo ha conocido estos últimos años un periodo de estancamiento, de retroceso, de nuevos derramamientos de sangre y de dramáticos rebrotes de la violencia, y ello debido al resurgimiento en ambos lados de tendencias que volvían a cuestionar la coexistencia de ambos derechos.

Si se quiere la paz, es necesario que cada protagonista tenga la valentía de tomar al otro en consideración. La derecha israelí, sobre todo con Netanyahu, hoy con Sharon, tiene la grave responsabilidad de haber llevado al límite la política insensata de instalación de nuevos asentamientos, frenando hasta tal punto el proceso de paz que el mismo ha llegado a perder toda credibilidad ante los ojos de los palestinos. Ha llegado el momento de que Sharon se dé cuenta de que es con Arafat con quien debe hacerse la paz. Tiene razón Simón Peres cuando reitera que sería un trágico error tratar de deslegitimar al presidente palestino, ya que su desaparición de la escena política no presentaría ventaja alguna para los israelíes y convertiría toda negociación, ahora ya difícil, en imposible.

Por su parte, Arafat debe optar por dos compromisos necesarios: hacer más eficaz su política contra las actuaciones de los grupos fundamentalistas y violentos y hacer todo lo posible por afianzar el futuro, conciliando derecho y realismo político, aprovechando toda oportunidad de relanzar la negociación para establecer las bases de la creación de un Estado palestino, viable, democrático y soberano.

Pero no sólo se exige coraje a los dos pueblos. La comunidad internacional debe implicarse aún más adoptando firmes iniciativas. La Unión Europea, Estados Unidos, la Federación Rusa, patrocinadores todos ellos de los Acuerdos de Washington, deben relanzar una nueva actividad diplomática común, e incluso prever el despliegue de observadores internacionales sobre el terreno. Es el momento de que la Unión Europea culmine su esfuerzo por ser reconocida como actor indispensable en la consecución de una paz justa. También es necesario que la Administración americana, consciente de la solidaridad y del apoyo recibido por la comunidad internacional tras el 11 de septiembre, se implique más poniendo en marcha todos los mecanismos posibles para incitar a los protagonistas a retomar el camino de la negociación. Igualmente importante es recoger las propuestas de los países árabes, concretadas durante las últimas semanas en la presentación del Plan Abdallah y que ha recibido el apoyo de la gran mayoría de sus Gobiernos.

Hacemos un llamamiento a todos los ciudadanos que creen en la paz, y que no se resignan a la violencia, para que se movilicen y hagan oír sus voces, apoyando la campaña iniciada por la 'coalición israelí-palestina por la paz', compuesta por importantes personalidades políticas de la sociedad civil israelí y palestina, como Yossi Beilin, Naomi Chazan, Yasser Abde Rabbo y Sari Nusseibeh, con el objetivo de reafirmar la necesidad absoluta de renunciar a las armas, de retomar el diálogo entre las partes y de construir la única paz posible, es decir, una paz basada en el principio dos pueblos, dos Estados.

Ha llegado el momento de salir del sangriento laberinto y dar solución a las causas que dieron origen a este largo y dramático conflicto. El premio Nobel de la paz Elie Wiesel ha escrito: 'La guerra es como la noche, lo oscurece todo'. Sólo la política y el diálogo serán capaces de disipar las tinieblas en las que está inmersa esta región atormentada y bellísima y devolver a sus habitantes la luz de una vida libre, segura y llena de esperanza en el futuro.

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