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LOS NUEVOS USOS DE DOS GRANDES ESPACIOS CIUDADANOS

Los dos equipamientos han perdido su función original

Tras muchos años de zozobra, de campañas a favor de salvarlo de la piqueta y de tímidas restauraciones sin objeto definido, el Born ha encontrado su propio destino. No el que preveían las administraciones, conchabadas finalmente para ubicar allí la Biblioteca Provincial, un equipamiento que lleva 20 años de retrasos, sino un destino propio e inapelable: el de seguir como guardián de la memoria de la Barcelona moderna, como lleva haciendo desde hace más de un siglo.

De carambola, ese mismo destino imprevisto puede proporcionar ahora un nuevo contenido a otra infraestructura que lleva una década dormitando sin saber si es una estació de ferrocarriles, un espacio donde celebrar el Salón del Cómic, una sede universitaria de la Pompeu Fabra o un indeciso espacio de ocio (hay allí una discoteca): la estación de Francia.

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La estación de Francia se perfila como sede de la Biblioteca Provincial de Barcelona

Las miradas de los responsables políticos se dirigen hacia ella. 'Por centralidad, tejido de Ciutat Vella y preservación del patrimonio, construir la Biblioteca Provincial en la estación sería una opción magnífica. Incluso, puede que sea la más económica', sostiene Mascarell. 'Hace ya un mes que el equipo de gobierno municipal, con razones técnicas en la mano, propuso la estación de Francia como espacio alternativo primero de la lista', añade el presidente del distrito de Ciutat Vella, Xavier Casas. 'Si no lo habíamos desvelado hasta ahora es porque no queríamos entorpecer la recuperación de los restos. Si hay que mover la biblioteca, será en el mismo barrio. Hay más lugares posibles, pero la estación es el primero'.

Menos entusiasta se muestra el responsable de Patrimonio y Bibliotecas de la Generalitat, Marc Mayer. 'Aún no contamos con el estudio de viabilidad del Born', expone. 'Por ahora hay que trabajar en la hipótesis de que es posible compatibilizar la biblioteca con la conservación de los restos, que para mí sigue siendo la mejor opción. Además, también tenemos reservado un solar adjunto fuera del perímetro del mercado y la posibilidad de ocupar parte del aparcamiento de delante para equipamientos relacionados con la biblioteca'. Al ser preguntado si la opción de la estación de Francia le parece descabellada, responde: 'Transformar esa estación en una infraestructura cultural cuando deje de estar afectada por el servicio ferroviario me parece fantástico'. En cualquier caso, en opinión del director general, ahora hay que avanzar en el estudio del yacimiento para determinar qué hay que conservar exactamente.

Conceptualmente, a nadie se le escapa que la operación puede ser redonda. Si el edificio de Fontseré creció a la sombra de la Exposición Universal de 1888, que trajo a la ciudadanía la íntima satisfacción de ver morir bajo la piqueta la odiada fortaleza borbónica, la estación de Francia lo hizo al calor de aquella Exposición Internacional de 1929 que llenó la ciudad de prodigios. Fue efectivamente ese año cuando Barcelona pudo por fin decir al mundo, con la entrañable premura provinciana que la caracteriza, que ella también tenía estación central: como París, Londres o Nueva York. Desde luego, llegar a esa inauguración no fue fácil. Desde principios del siglo XX, el urbanista Jaussely reclamaba una estación central digna de tal nombre que sólo fue posible cuando la compañía Madrid-Zaragoza-Alicante tomó en serio la idea, apoyada por Eduard Maristany, marqués de Argentera.

Muy lejos ya del reivindicativo 1888 y del maravillado 1929, en los años noventa el Born y la estación de Francia habían perdido sus respectivas vocaciones de origen y languidecían sin rumbo. A finales de los setenta, el Born estuvo a punto de sucumbir bajo las excavadoras. Hizo falta una intensa campaña (Salvem el Born!) para evitar que un símbolo barcelonés tan conspicuo desapareciera del mapa. En una faena de aliño del microurbanismo de la época, el Ayuntamiento socialista consiguió salvar la elegante estructura de Fontseré, pero se olvidó de decir para qué debía servir (esta ciudad, siempre tan obsesionada por la piedra). El viejo mercado había albergado a partir de la democracia actividades de lo más dispares: una divertida fiesta ácrata en 1977, más tarde el Salón del Cómic, una feria del disco de ocasión, actividades relacionadas con la Primavera del Diseño... Algún tiempo después se convirtió en zona de fiestas, para desvelo de los vecinos, que iniciaron la protesta.

Estación sin rumbo

No mayormente definido quedó el destino de la estación de Francia. La entrada en servicio de la estación de Sants en 1976 y su conclusión en 1980 supuso una puntilla de la que la vieja estación nunca se ha recuperado. Todavía en 1992 se realizó una cuantiosa inversión pública de 2.300 millones de pesetas para adecentar el atrio, los andenes y la fabulosa bóveda acristalada de 27.367 metros cuadrados.

Renfe justificó ese gasto con el argumento de que de ahí saldrían trenes de prestigio como los eurocities a Milán, Ginebra, París o Madrid, pero apenas dos años más tarde, con la nueva regulación del que por entonces se llamaba tren de alta velocidad (TAV), la compañía anunciaba que en ocho años abandonaría el lugar.

Ahora Renfe informa de que por la estación de Francia sólo pasan los regionales y grandes líneas hacia el sur, Euromed excluido. Circulan de 29 a 33 trenes diarios, que dan servicio a unos 250.000 viajeros al año. 'Muy poco', reconoce la propia compañía.

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