Minuto de gloria
El sargento músico Juan Albasini vivió su minuto de gloria en 1964, cuando el productor cinematográfico Benito Perojo le ofreció que tocara los solos de clarinete en una película musical con Rocío Dúrcal y el cantante granadino Mike Ríos, que por entonces se hacía llamar El Rey del Twist.
Albasini era un gran artista, pero nació en una época que no le convenía. Yo lo frecuenté durante mi servicio militar, que hice voluntario en Paterna a los dieciséis años, destinado en la banda del regimiento. No es que me gustara pasar veintitantos meses de uniforme, pero a mis hermanos mayores, que sirvieron a la patria con la edad reglamentaria, los enviaron a Ceuta y Pontevedra y, como no hay dos sin tres, temí dar con mis huesos en Huesca o Badajoz si confiaba en el azar. Desde pequeño me había gustado tocar el pandero y, aprovechando que mi padre conocía al director de la banda del regimiento, consiguió un enchufe e ingresé de educando en percusión.
Juan Albasini era el mejor clarinetista que he conocido: con decir que después de tomarse tres copas de cazalla sonaba como Benny Goodman ya es suficiente. Además, lo mismo se adaptaba a embellecer españoladas de Manolo Escobar que a imitar a Enrique Guzmán y los Teen Tops: 'Ahí viene la plaga, le gusta bailar, y cuando está rockanroleando es la reina del lugar...'.
En aquellos tiempos los músicos militares se morían de hambre como no buscasen bolos con los que llegar a fin de mes. Juan Albasini tocaba por las noches en cabarets, verbenas y fiestas de pueblo, y también formaba parte de la orquestina de revistas del Teatro Principal. Yo lo seguía a todas partes, en primer lugar a causa de esa fascinación que siempre tuve por la farándula y, en segundo, porque uno siempre aprende algo de los estrafalarios.
Albasini era un inconsciente. En 1952, antes de que el alcoholismo fuese una coartada creíble, desperdició la oportunidad de ingresar en una orquesta madrileña de postín porque en la audición de trámite a que fue sometido no pudo resistir el impulso de arrancarle la peluca al violinista con el pico del clarinete y lanzarla luego como un guiñapo al patio de butacas. No le valió su excelso sonido: lo echaron a patadas. A partir de ahí empezó su decadencia, y menos mal que sacó las oposiciones a bandas militares.
Pero el alcohol lo dominaba. Yo era muy joven y aquella manera pantagruélica de ingerir que tenía Albasini me resultaba divertida. 'El ejército es un nido de borrachos', decía él. Y tanto, pensaba yo al verlo embuchar botellas a gollete entre un swing de estilo New Orleans y la Rêverie de Robert Schumann. Y así un día, y otro, y otro. Parecía un pozo sin fondo.
Durante las dos semanas en que se estuvo preparando para el gran momento no probó el alcohol. Tampoco dormía. Ensayaba y ensayaba y ensayaba, sudando a causa del mono.
Y por fin llegó su minuto de gloria: Albasini quería impresionar a Perojo con un tema legendario de Eddie Cantor: There'll Be Some Changes Made. Parecía hechizado, temblaba un poco. Agarró firmemente el clarinete, se ajustó la boquilla en los labios... y cayó al suelo con un ataque de delirium tremens.
Tres días después, despertó en una habitación del Hospital Militar de Mislata y supo que el ejército lo licenciaba de manera forzosa. Quién sabe por dónde andará.
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